Eduardo Backhoff Escudero (*)
El fin último de la educación es formar a los estudiantes para que puedan realizarse como seres humanos y, como ciudadanos, puedan ayudar a construir una sociedad económicamente más desarrollada, justa, igualitaria y democrática. Desgraciadamente, está ampliamente documentado que el aprendizaje en México está mal distribuido. Por regla general, las poblaciones más vulnerables socialmente son las que aprenden menos.
Esto se debe a las condiciones que prevalecen en el hogar y en las escuelas. Se sabe que las condiciones de pobreza familiar están vinculadas a contextos culturalmente deficientes. Por ejemplo, padres con escasa escolaridad, incapaces de ayudar a sus hijos con sus tareas; falta de motivación de la familia para que sus hijos estudien; trabajo infantil o juvenil de los escolares, que compite con su dedicación al estudio; falta de espacios adecuados en el hogar para estudiar, así como de recursos educativos (ej. diccionarios, libros de consulta, internet).
Por otro lado, los estudiantes más vulnerables asisten a centros escolares cuya oferta educativa es de muy baja calidad. Por ejemplo, escuelas de organización incompleta, donde un docente imparte simultáneamente clases a estudiantes de distintos grados; escuelas cuya infraestructura carece de elementos básicos (ej. ventanas, puertas, mesabancos, baños, piso de cemento, biblioteca) y de equipamiento (materiales didácticos, libros de texto, laboratorios, computadoras, internet).
A estos dos factores se le suma la pobre enseñanza que reciben los estudiantes por parte de sus maestros quienes, por lo general, desean trabajar en zonas urbanas, que tienen mejores condiciones sociales y escolares. Esto ocasiona que los docentes novatos (sin experiencia) vayan a las zonas marginadas, mientras consiguen moverse a zonas escolares en mejores condiciones, lo que ocasiona una gran rotación de docentes en las escuelas más necesitadas.
La combinación de la pobreza familiar con la pobreza escolar se torna en un círculo vicioso que impide que este sector poblacional logre aprendizajes significativos que les permita ascender económica y socialmente. Lo opuesto sucede en las poblaciones más privilegiadas, quienes viven en condiciones óptimas y asisten a las mejores escuelas, lo que hace que logren los mejores aprendizajes. Por ello, algunos especialistas afirman que Sistema Educativo Mexicano (SEM) se asemeja a un “sistema hospitalario para sanos”, donde se les da mayor atención a quienes menos lo necesitan.
Ante esta realidad, es importante tener siempre en cuenta que el éxito de un sistema educativo se debe entender como aquel que atiende a toda la población en edad de estudiar, que logra que todos los alumnos ingresen, permanezcan y aprendan significativamente. No parece que el SEM pueda lograr estas metas a corto ni a mediano plazo y, por lo tanto, que “pueda garantizar una educación inclusiva, equitativa y de calidad, así como promover oportunidades de aprendizaje durante toda la vida para todos”, como lo estipula el Objetivo 4 de la ONU, en su agenda 2030.
En mi opinión, la atención del próximo gobierno se debe de enfocar en mejorar las condiciones en las que ocurre el proceso de enseñanza de las poblaciones más desfavorecidas, lo que se puede lograr con: 1) cambiar el sistema de financiamiento, favoreciendo a las poblaciones más necesitadas, 2) completar la infraestructura y equipamiento escolar, 3) reinstalar las escuelas de tiempo completo, 4) incentivar a los mejores docentes a dar clases en escuelas de alta marginación, 5) establecer metas mínimas de aprendizaje para todos los estudiantes e 6) incrementar sustancialmente la matrícula en el nivel de educación inicial (hoy, apenas del 3%).
En conclusión, se requieren cambios sustantivos en el SEM para que deje de funcionar como un “hospital para sanos”. Este es el reto que tiene quien encabece la Presidencia de la República.
(*) Presidente del Consejo Directivo de Métrica Educativa, A.C. y exconsejero del Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación.
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