Everardo Moreno Cruz
El talentoso y culto José López Portillo, quien por su solidez intelectual hubiera sido un magnífico rector de nuestra Universidad, la de la Nación, superior a lo que fue como Presidente de la República, expresó que lo más grave que podría ocurrirle a México sería convertirse en un “país de cínicos”.
Expresión, inspirada en esa corriente filosófica surgida en Grecia antes de Cristo, en donde su fundador Antístenes, le daba preminencia a la libertad como forma para alcanzar la felicidad, independientemente de los valores o formas sociales que deben normar y orientar la conducta humana.
Corriente cuyo nombre, con el tiempo, dio lugar a que se considerara cínicos a quienes actúan con falsedad o desvergüenza de manera descarada, concepto al que con seguridad se refería López Portillo cuando hablaba del riesgo de que los mexicanos tuviéramos una población de cínicos, en la que imperara una conducta descarada para mentir o hacer cosas indebidas fingiendo ignorancia o desconocimiento.
Ese proceder, lo estamos actualmente mirando con frecuencia en personajes relevantes de la vida nacional. El augurio del presidente López Portillo, tristemente se presenta en el Gobierno de un Presidente homónimo en uno de sus apellidos, López Obrador. Ojalá me equivocara, pero los casos que mencionaré, de otros muchos que no tengo espacio para referir, me dan la razón. Esas escenas y conductas cínicas las veo en los siguientes casos.
López Gatell, encargado de la lucha contra la pandemia a nivel nacional, no obstante que tiene el “mérito” de haber logrado se alcanzara una cifra elevadísima de defunciones en el país, y más todavía en la capital, ahora con cinismo aspira a gobernarla.
Obviamente todos saben, y él en primer lugar, que ni será el candidato de su partido, ni menos que si lo fuera, con su fúnebre prestigio, pudiera ganar las elecciones; sin embargo, su aspiración a esa responsabilidad le asegurará un cargo de elección popular que lo protegerá con su fuero de responsabilidades penales. Protección más cierta de aquella imaginaria y ridícula que señaló tenía el Presidente para no contagiarse de Covid por “su fuerza moral”
Proceder inspirado en la misma corriente filosófica, lo tenemos en las declaraciones del dirigente de Morena, que ha dado a conocer su solicitud a la Fiscalía de la República, para que investiguen los antecedentes de los candidatos que postulen, para cerciorarse que no tienen vínculos con el narcotráfico, cuando se presume, con razón, la cercana hermandad del actual Gobierno con los que son acreedores a abrazos presidenciales.
Cínica también las vehementes críticas del senador Germán Martínez en contra de la ministra que supuestamente plagió su tesis profesional, cuando se conoce que él hizo lo mismo, según lo publicado en un medio nacional de comunicación.
Y lo mismo puede decirse de las declaraciones de la señora Sheinbaum que con vehemencia hace saber a sus adeptos la necesidad de que los impartidores de justicia sean electos popularmente, lo que además de una ignorancia total y preocupante de quien puede ganar las elecciones presidenciales del año próximo, justifica su afirmación en el aberrante criterio de que la Corte no ha aprobado ocurrencias contra la Constitución.
Concluyo, a propósito de las sin sentido, groseras y torpes expresiones mañaneras en contra de nuestra más alta y digna tribuna judicial, con una expresión de la corriente filosófica a la que me he venido refiriendo: “el insulto deshonra a quien lo infiere, no a quien lo recibe”.
(*) Profesor de la Facultad de Derecho de la UNAM
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