Catón
Amable y bondadoso sacerdote fue el padre José Jáuregui. Ejerció su ministerio en Saltillo, Monclova y Piedras Negras. De él se cuentan anécdotas sabrosas. Cierto día se hallaba confesando a una mujer en el curso de la misa, motivo por el cual el templo estaba lleno. De pronto salió a toda prisa del confesonario al tiempo que exclamaba con estentórea voz de escándalo: “¡Ah bárbara! ¡Déjame ver quién eres!”. Todos los feligreses volvieron la vista hacia la aturrullada penitente, que quién sabe qué pecado confesaría. En otra ocasión, en Piedras Negras, una señora le pidió al señor cura que la ayudara a pasar unas medias nailon, artículo prohibidísimo cuyo contrabando era penado con severidad. Se resistía el padre Jáuregui a incurrir en tal acción. Le dijo a la chivera —tal nombre recibían los mujeres que se ganaban la vida trayendo cosas del otro lado— que su carácter sacerdotal le impedía mentir al pasar la frontera. Tan vivas fueron, sin embargo, las instancias de la suplicante que finalmente el padre accedió a la petición. Se alzó la sotana y se ató a la cintura la docena o más de pares de medias que la tal chivera le entregó. Al llegar a la garita le preguntó el aduanal: “¿Algo qué declarar, padre?”. “Sí, hijo —respondió el sacerdote—. Acá abajo traigo algo que a las mujeres les gusta mucho, pero que yo no puedo usar”. “¡Ah qué padrecito! —soltó la risa el guardia—. Ande, pásele”. No corrió con la misma buena suerte la vez que intentó pasar en la cajuela de su coche un televisor, artículo igualmente prohibido. Confiaba en que los aduanales eran sus amigos y no le harían la inspección reglamentaria. Pero ¡oh desgracia! Cuando llegó al cruce resultó que el oficial en turno era un recién llegado que no lo conocía. “¿Qué trae, señor?” le preguntó. “Nada” —respondió, nervioso, el sacerdote. “Abra la cajuela, por favor” —le pidió el hombre. “Soy el padre Jáuregui —se presentó el sacerdote—. Aquí todos me conocen”. “Y me da gusto conocerlo yo también —replicó el guardia, cortés—, pero abra la cajuela”. “Ya te dije que no traigo nada, hijo” —repitió el párroco. “Razón de más para que la abra” —insistió, implacable, el aduanero. A querer y no el cura tuvo que abrir la cajuela. Apareció el televisor, flamante. “Ay, señor —le dijo entonces el de la garita en tono de reproche—, ¿no dijo usted que no traía nada?”. “No me lo explico, hijo —balbuceó el padre Jáuregui—. Esto es un milagro”. “No, padre —lo corrigió el aduanal—. Van a ser dos milagros”. Y dos mil pesos tuvo que pagar el atribulado sacerdote para poder pasar su tele. Pues bien: sería un milagro, y de los grandes, que Claudia Sheinbaum no ganara la elección presidencial de este año. Todos los recursos del régimen, vale decir todos los recursos con que el Gobierno cuenta, en dinero, en personal y en electores conseguidos a base de dádivas, estarán al servicio de la candidata de Morena. La señora ha dicho en repetidas ocasiones que va a ponerle el segundo piso a la 4T. Si lo hace pondrá el segundo pozo para sepultar definitivamente a México en el atraso a que lo han llevado los desatinos de AMLO, su mal Gobierno, sus ilegalidades, su demagogia populista, su conducta autocrática, dictatorial. Entendemos que la señora Sheinbaum deba adular a López en este momento del proceso, y darle por su lodo. Por su lado, quise decir. Pero esperamos que si llega a ceñirse la banda presidencial lo mande incontinenti, o sea inmediatamente, a su rancho de sonoro nombre, lugar en que los mexicanos conscientes quieren verlo. Este año se juega el destino de México. Y con el destino de México no se juega. FIN.
Manganitas
AFA
“… ‘Estamos bien’, declara AMLO…”.
De esa frase me enteré,
y me inspira una protesta.
“Estamos bien”, manifiesta,
pero no dice bien qué.
Mirador
Armando Fuentes Aguirre
VARIACIONES OPUS 33 SOBRE EL TEMA DE DON JUAN
Muchos quisieran ser como Don Juan.
Y Don Juan, que no gusta de la fama, quisiera ser como muchos.
Un joven lo visita asiduamente para pedirle consejos a fin de aprender a conquistar mujeres.
—No puedo darte esos consejos —le dice el caballero—. Siempre fui el conquistado, nunca el conquistador. Ante el poder de una mujer no era yo un Don Juan. Era un Juan cualquiera.
El joven se desconcierta al oír las palabras del hidalgo, y le pide que se explique. Responde él:
—Te diré que jamás puse los ojos en una mujer que antes no hubiera puesto los ojos en mí. Todos mis galanteos fueron por invitación.
Le pregunta el doncel:
—¿Qué debo hacer, entonces, para ser un seductor?
Le contesta Don Juan:
—Debes dejarte seducir.
¡Hasta mañana!…
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