Tribuna Campeche

Diario Independiente

La Sicaria de la Tía


De entre la banda de forajidos foráneos que vinieron con la Tía Rata a gobernar el reino de la Culebra y la Garrapata, sobresalía una siniestra personalidad. Le decían “La Sicaria”, y la designaron comandanta en jefa del Ejército Real.


Ella tenía bajo su mando a todos los soldados, cuyo deber principal había sido históricamente la protección y la seguridad de los nativos del reino, pero cuyas funciones pronto cambiarían, para convertirse, por órdenes de La Sicaria, validada por la hija del Sátrapa Negro, en verdaderos verdugos del pueblo.


De características fisonómicas muy distintas al común de los nativos originarios de este reino, La Sicaria se suponía más bella de lo que en realidad era. En su absoluto narcisismo y total egolatría, se creía descendiente directa de la griega Afrodita y de la romana Venus, en simbiosis astral con la azteca Xochitquetzalli y de la diosa maya Ixchel.


Y así, como entre las nubes de su cielo fantasioso, caminaba La Sicaria por las calles polvorientas de este reino tropical, escoltada, eso sí, por decenas de soldados reales, a quienes se les había encomendado la delicada misión de ofrendar su vida, en caso de que esta diva de tercer mundo fuera atacada por alguno de sus enemigos.


Era La Sicaria originaria de una región del Imperio, en donde la violencia era cosa de todos los días. Ejecuciones, balaceras, atentados, secuestros, extorsiones, eran algo cotidiano en su pueblo natal, de suerte que a su llegada al reino de la Culebra y la Garrapata, su primer decreto fue ordenar a los nativos que se acostumbraran a ese clima violento, que empezaría pronto a reproducirse en esta región tropical, donde antes reinaba la paz y la tranquilidad.


Desconfiada por naturaleza, La Sicaria no quiso delegar los mandos medios de su Ejército a los soldados nativos del reino, por lo que se trajo de su tierra a sus cómplices y parientes, a quienes colocó en posiciones estratégicas para tener total control del territorio y así poder operar con tranquilidad para ella… y sus socios.


Y es que se dice que antes de llegar a estos lares, La Sicaria ya había pactado con los jefes de las bandas de forajidos que asolaban su pueblo natal, a fin de que extendieran su territorio hacia esta zona tropical bañada por los mares del Golfo.


Desde entonces, la paz se esfumó del reino de la Culebra y la Garrapata. Las bandas de forajidos empezaron a disputarse el territorio. La violencia empezó a tomar carta de naturalización y cotidianidad.
La paz, la tranquilidad y la seguridad de los nativos, se convirtió en sólo un recuerdo y también, claro está, en una moneda de cambio, que enriqueció la fortuna de La Sicaria, y de quien le había conferido el cargo de comandanta en jefa del Ejército Real…
(Continúa…)

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