Tribuna Campeche

Diario Independiente

De política… y cosas peores | Terrorismo nace de un fanatismo

Catón

“Soy señorita”. Eso le dijo la linda chica al ardiente galán al que iba a entregarle en ese momento su virginidad. La virginidad, lo he dicho aquí, es como una moneda: si la gastas no vuelves ya a tenerla, y si la guardas no te sirve para nada. (“¿Eres virgen?” —le preguntó, severo, el recién casado a su flamante esposa al comienzo de la noche nupcial. Respondió ella: “Y tú ¿eres San José?”). Al decirle a su novio que era señorita aquella joven mujer quería pedirle que procediera con delicadeza. Estaban en el campo, y él la tendió en el suelo y procedió a consumar la tan deseada unión. Grande fue la sorpresa del amante cuando su amada se movió en el curso del acto con movimientos que habrían envidiado las más concupiscentes odaliscas, las más voluptuosas cortesanas, las huríes más lujuriosas, las más experimentadas mesalinas. Al terminar la acción le dijo, receloso: “Tus movimientos no fueron los de una señorita”: “No —admitió ella—. Fueron los de una mujer a la que el pendejo de su novio acostó sobre un hormiguero”… Todo terrorismo nace de un fanatismo. Fanatismo político (“La Policía agarró a uno de la ETA”. “¡Uta! ¡Debe haberle dolido bastante!”); fanatismo social (“No hay burgués inocente”) o fanatismo religioso, que es el peor de los fanatismos (“Mátenlos a todos. Dios escogerá a los suyos”). El que asesina inocentes en nombre de una idea o una divinidad es porque espera un paraíso, ya sea en este mundo, ya en el otro. Toda forma de terrorismo se debe condenar, lo mismo que toda forma de fanatismo. En esto no caben las neutralidades. Quienes quieren quedar bien con Dios y con el diablo son rechazados con desdén por ambos. En ese contexto está claro que Hamas fue el agresor, e Israel el agredido. Locura homicida fue el ataque perpetrado por esa organización terrorista, pues bien conocida es la enorme capacidad de respuesta que tienen los israelíes, y la admirable fortaleza que el pueblo judío ha demostrado no sólo a lo largo de los siglos, sino de los milenios, ante las continuadas agresiones de que ha sido y sigue siendo objeto. Dice mucho que tres de las grandes naciones que se aliaron para enfrentar a Hitler en la Segunda Guerra: Estados Unidos, Francia e Inglaterra, y dos de las que integraron el Eje: Alemania e Italia, hayan firmado un acuerdo conjunto para expresar su apoyo a Israel y su condena a Hamas. México debió haber mostrado desde el principio, sin reticencias ni vacilaciones, esa misma censura e igual solidaridad. El presidente López, que apenas ve uno poco más allá de Macuspana y cuya ignorancia en materia internacional es enciclopédica, se declaró neutral en este conflicto que a su entender es entre dos naciones, sin advertir que el problema no es entre Israel y Palestina, sino entre la nación israelí y una organización terrorista sin nacionalidad. El reproche que la embajadora israelita le hizo a AMLO es merecido. De nueva cuenta México ha sido pobremente representado por su Mandatario. Desde mi modesta trinchera —así decían los columnistas de antes— expongo mi opinión en el sentido que Israel debe contar con el apoyo de todas las naciones libres ante este irracional atentado merecedor de unánime rechazo. No puedo terminar esta peroración sin recordar el caso del borrachito que desde la acera veía la procesión encabezada por el nuevo obispo. Todos saludaban al dignatario con entusiastas vivas y piadosas expresiones. El borrachín, anublada la mente por los humos del alcohol, no supo qué decir, de modo que gritó con fervoroso acento: “¡Señor obispo! ¡Que chingue a su madre el diablo!”. El mismo recordatorio le dirijo yo a Hamas. FIN.

Manganitas

AFA

“…Envían un avión militar a traer
a los mexicanos que están en Israel…”.

Perdonarán mi opinión,
pero alguno pensará
que es mejor quedarse allá
que viajar en ese avión.

“…López Obrador se lanza contra
el Poder Judicial…”.

Con su soberbia y su orgullo
en sus mañaneras falla.
La verdad, no quiere que haya
otro poder más que el suyo.

Mirador

Armando Fuentes Aguirre

Este amigo mío con el que tomo la copa —varias— los martes por la noche habla del hombre como si fuera Dios, y de Dios como si fuera hombre. Así, sus opiniones son muy arriesgadas, pero él dice que para que una opinión sea en verdad opinión debe ser arriesgada.
Mi amigo cree en el infierno y en el cielo, con una salvedad: piensa que ambos están en este mundo. “No sé si haya otro —pondera—, pero con éste ya tenemos para discutir bastante”.
Anoche él quiso hablar de la mujer en la teología: Santa Teresa de Jesús, Santa Catalina de Siena, Santa Hildegarda de Bingen, Santa Teresa de Lisieux… Yo le propuse que en vez de hablar de la mujer en la teología habláramos de la teología en la mujer, ya que en ella residen, a mi juicio, todos los misterios humanos y divinos. Pero mi amigo no había bebido lo suficiente, de modo que se aferró al tema teologal. Manifestó:
—No se puede probar la existencia de Dios.
Me sobresalté al oír esa declaración, pues todavía llevo en mí el Catecismo de Ripalda. Añadió mi amigo:
—Pero tampoco se puede probar su inexistencia.
Ahora estoy tranquilo.
¡Hasta mañana!…

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