Tribuna Campeche

Diario Independiente

Toneladas de maquillaje

Agobiada por el paso de los años, pues ya se encontraba a un paso de ajustar ocho décadas de vida, la Tía Rata se torturaba todos los días comparando su nula belleza con el porte de la princesa Bibiana, su contraparte en la capital del reino, quien gobernaba su jurisdicción en paz y alegría, mientras que ella, la senecta mandataria, sólo ocupaba su tiempo en destilar su amargura y buscar conflictos con sus adversarios.

Preocupada por el avance inexorable del padre Cronos —quien maquiavélico y mordaz, sembraba todos los días arrugas en el rostro de la senecta, canas en su guinda cabellera y abultadas bolsas en sus ya de por sí decaídos párpados—  llamó a los mejores cirujanos plásticos del reino para inyectarle más plástico ahí en donde sólo había piel blanda, y quienes se mostraban sumamente preocupados, pues ya no encontraban más espacio para re estirarle la piel del rostro a fin de simular lozanía y juventud.

Contrariada y colérica porque no está en la naturaleza del espejo decir mentiras, sino por el contrario, reflejar la verdad por más cruda que sea, la hija del Sátrapa Negro optó por prescindir de esos artefactos y guiarse solamente por lo que de ella decían sus cortesanos lambiscones, maquillistas, modistos, estilistas y asesores a sueldo, así como los bufones a su servicio.

También decidió invertir multimillonarios recursos para adquirir y portar vestidos, zapatos, collares  y demás accesorios carísimos, a fin que en sus esporádicas apariciones públicas, los nativos admiraran el “buen gusto” que reflejaba su apariencia, se refocilaran en admirar lo costoso que era su outfit cotidiano y la ensalzaran en sus comentarios para devolverle un poco de su decaída autoestima.

Tenía la Tía Rata entre su equipo de colaboradores a una familiar muy cercana, a quien puso a manejar los multimillonarios recursos que el Imperio Nacional enviaba para el rescate de edificios históricos y fachadas de las casonas que adornaban el Centro Histórico de la capital del reino. 

A ella le ordenó que dispusiera una partida especial para reconstruirle la fachada. Finalmente y por su edad, era muy probable que la senecta gobernante cubriera el requisito de ser merecedora de una inversión real para mejorar su aspecto, al fin y al cabo que ya era casi un monumento centenario y su tez vaya que ameritaba intervenciones urgentes. 

De esa fuente entonces, se tomaron los onerosos recursos para que la Tía Rata se sintiera joven siempre, sea por las inyecciones de botox, plásticos y demás aditamentos de la estética falsa, sea por el halago alquilado de sus cortesanos, o porque sus maquillistas tuvieran que recurrir a toneladas de maquillaje cada vez que a la senecta se le ocurría aparecer en público, a fin de no denotar el paso destructor y aniquilador del tiempo.

Pero nada la tenía contenta a la Tía Rata. Nada la dejaba satisfecha y esa era la principal causa de que buscara con quiénes desquitar su amargura, complejos, traumas y frustraciones…

(Continúa)

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