Isabella Cota
Desde que Claudia Sheinbaum se reunió con grandes empresarios a finales de agosto, se ha ido creando una inercia que resulta evidente en conversaciones extraoficiales y de sobremesa con los grandes capitales. No sólo son directivos de algunas de las empresas más grandes (tanto nacionales como extranjeras) los que se muestran entusiasmados con la posibilidad de que la exjefa de Gobierno de la Ciudad de México sea la próxima presidenta. También analistas e inversionistas de Wall Street, quienes viajan a la capital para reunirse con el equipo de la candidata, se dicen convencidos de que Sheinbaum no representa la continuidad de la cuarta transformación.
Este capítulo de la campaña se percibe como un déjà vu. En 2018, el candidato Andrés Manuel López Obrador viajó a Nueva York para reunirse con bancos de inversión y hasta ofreció una entrevista al medio especializado en mercados, Bloomberg. Su apertura funcionó y los mercados no reaccionaron a su declarada intención de cancelar la construcción del nuevo aeropuerto de la Ciudad de México. “Será como Ollanta Humala”, dijeron entonces varios banqueros, refiriéndose al presidente peruano que no metió mano en la economía. “Será un pragmático”, aseguraban. Semanas después, cuando el presidente electo López Obrador canceló el aeropuerto, los mercados reaccionaron sorprendidos.
Tampoco fue un pragmático en la economía. Si bien el Estado se retrajo de muchos frentes bajo su Administración, dejando que los privados llenaran varios vacíos, se confrontó con el socio principal de México en materia energé- tica y en agricultura, generando fricciones innecesarias. Con tal de que las empresas estatales de energía preserven un monopolio, ha paralizado proyectos clave para detonar el desarrollo (como la construcción de ductos de gas natural en la zona del Bajío). Sheinbaum, en sus años al frente de la capital, no ha actuado radicalmente diferente.
Quizás a los empresarios se les olvida que, en diciembre de 2018, cuando Sheinbaum tomó las riendas de la ciudad, ella también canceló y congeló permisos de construcción porque, aseguró, se habían dado con corrupción. Esta parálisis duró un año y medio. Ahora que los empresarios dicen que Sheinbaum, por ser científica, buscará una matriz energética más limpia para México, quizás se les olvida que cuando tomó el poder canceló un contrato que hubiera tratado los residuos sólidos para generar energía por haberse negociado a costos “excesivos”.
Hay un pedacito de la historia mexicana que se cuenta mucho en los últimos meses: el presidente José López Portillo, a menos de dos años de tomar el poder, mandó recoger a su amigo y predecesor Luis Echeverría para enviarlo como embajador a Australia, Nueva Zelandia y las Islas Fiji. Sin previo aviso, el Presidente mandó al expresidente a la que es, quizás, la embajada más remota de México. Y con esto, rompió por completo la continuidad.
No es que Sheinbaum vaya a hacer algo así de extremo, sugieren, pero hay un precedente para romper con un hí- perpresidente como López Obrador. Sheinbaum tiene un incentivo más que López Portillo que es el referéndum por ley con el que los electores le pudieran revocar su mandato.
No existe un término preciso en castellano para lo que los anglosajones llaman confirmation bias, la tendencia a interpretar hechos o información de manera que confirme nuestros deseos u opiniones. Parece que los grandes capitales en México padecen de este sesgo, en parte porque la candidata Sheinbaum puede decir a puerta cerradas lo que no puede decir en un evento masivo y frente a su jefe, López Obrador. Pero que no se sorprendan los mercados: lo que se sabe de Sheinbaum como gobernante está en su historial y no en sus promesas de campaña.
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