El Movimiento de la Resistencia Ciudadana poco a poco se fue apagando. La lideresa principal abandonó a sus seguidores, plantados en su campamento en la Plaza Principal, y encomendó a sus principales subalternos que presidieran los mítines, mientras ella, como siempre, se dedicaba a pasear por todo el mundo.
Al mismo tiempo, la entonces lideresa del movimiento democrático local gestionaba con los altos mandos del Imperio alguna estrategia medianamente creíble, para que el plantón permanente fuera levantado, para liberar la Plaza Principal y los manifestantes regresaran a sus lugares de origen.
En lo oscurito se pactó una cifra millonaria, para “compensar” todos los gastos que le había representado a la supuesta luchadora social, haber mantenido durante varios meses a decenas de seguidores, lo que incluía tres comidas al día, refrescos, vestimenta, además, obviamente, de los pasajes de regreso a sus comunidades si querían en verdad que la protesta se disolviera.
Fue la primera traición a sus luchadores de la resistencia. Vender el movimiento a sus espaldas y aceptar extraoficialmente el resultado, aunque el tema del fraude siguiera vigente solamente en los discursos.
Ocurrió entonces que un domingo, los luchadores por la democracia concentrados en la Plaza Principal recibieron el “pitazo” de que a unas cuantas cuadras de ahí, se encontraban los verdaderos operadores del fraude, los mapaches que trastocaron los resultados reales, y que le dieron la victoria al partido oficial.
Furiosos y clamando venganza, se dirigieron al predio donde se refugiaban los mapaches, rompieron candados y puertas e ingresaron en tropel para “capturar in fraganti” a los “mapaches” que operaban unos equipos especializados para la intercepción de llamadas telefónicas de dirigentes políticos, periodistas y luchadores sociales, entre ellas la propia candidata perdedora.
Los “mapaches” fueron golpeados, amarrados y conducidos a la Plaza Principal, donde los exhibieron como trofeos de guerra. Tantos meses de lucha por fin arrojaban resultados.
El “centro de espionaje” donde fueron capturados los mapaches fue revisado meticulosamente. Encontraron transcripciones de llamadas telefónicas, facturas, equipos sofisticados, fotografías del seguimiento que se le daba a los líderes sociales y demás, pero… ninguna prueba del supuesto fraude electoral.
Los “mapaches“ fueron entregados a una autoridad federal, para evitar que sean protegidos o ‘desaparecidos’ por el gobernante local, y al mismo tiempo afloró la razón para disolver la protesta. La lideresa dijo que el siguiente paso sería el litigio legal para castigarlos con todo el rigor de la ley, por lo que se disolvía el plantón y todos deberían regresar a sus casas.
Así se deshizo de ellos. Encomendó a un grupo de abogados el caso de los mapaches-espías, y ella se fue de paseo por el mundo a disfrutar de lo obtenido por la venta del movimiento de la resistencia ciudadana…
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