Tribuna Campeche

Diario Independiente

De política… y cosas peores | Aprenderá pronto

Catón

Seguramente está muerto, pues tenía ya muchos años cuando lo conocí. Y posiblemente yo estoy vivo, pues lo recuerdo todavía. Jesús Acosta se llamaba, pero sus coetáneos le decían el Turiquiche por el nombre del personaje de una zarzuela en la que actuó en tiempos de su juventud. Era el único escenógrafo y tramoyista que había en mi ciudad, de modo que todos los grupos de teatro de aficionados —entonces no nos avergonzábamos de decir que éramos aficionados— recurríamos a sus servicios. Con unas cuantas tiras de madera, unos metros de manta de cielo o tela de indio y tres o cuatro botes de pintura era capaz de hacer en un par de días todos los telones del Tenorio. Se decía librepensador. A los actores que se santiguaban antes de salir a escena los aleccionaba: “En vez de hacer eso fíjate si no traes abierta la bragueta”. Nos daba consejos de director de escena: “Cuando cruces la pierna no le muestres al público la suela del zapato, y súbete bien el calcetín para que no se te vea la canilla”. Se jactaba de haber hecho las escenografías de “Luisa Fernanda”, “El Conde de Luxemburgo”, “Sangre de artista” y “La Duquesa del Bal Tabarin”, las operetas que cantaron Pepita Embil y don Plácido Domingo cuando estuvieron en Saltillo. Severo crítico, calificaba de inmediato al actor o actriz que no representaba bien su papel: “Le faltan tablas”. Esa expresión pertenece al argot teatral, y se aplica a quien por no haber andado lo suficiente en los escenarios, cuyo piso es siempre de madera, comete errores. Al respecto me apena decir que últimamente a Xóchitl Gálvez le han faltado tablas. Dos deslices ha tenido en estos días. El primero fue cuando tildó de mal priísta al tal Alito e inmediatamente tuvo que aclarar lo que bien claro había dicho. El otro le sucedió al fallar el artilugio en que leía su arenga ante el Monumento a la Revolución, y tuvo que interrumpirse y confesar: “Se me fue el discurso”. En ambas ocasiones le faltaron tablas. Siento tener que apuntar eso, a la manera del Turiquiche, pues la señora me simpatiza mucho, lo mismo que la causa que abandera, pero las cosas son como son, y si otra cosa fueran no serían las cosas. Sus asesores y asesoras tienen que cuidarla más, hacerla ensayar sus actuaciones y aconsejarla sobre lo que debe o no decir. Ella, por su parte, ha de aprender a improvisar y a estar lista para afrontar cualquier impensada circunstancia que se le presente en el curso de sus participaciones. La improvisación es parte de la política, que en buena parte es teatro, y quienes en ella participan tienen mucho de actores o actrices. En aquella temporada que Pepita Embil y don Plácido Domingo, padre, hicieron en mi ciudad, actuó un excelente barítono de nombre Tomás Álvarez. Al sentarse en un sillón de esos que tienen cojines sostenidos por bandas, uno de ellos cedió bajo su peso, y el desdichado arista quedó en posición muy desairada, con las nalgas —así se llaman— en el suelo y las piernas al aire. Entre las risas del público sus compañeros le ayudaron a salir de tan incómoda postura. En la siguiente escena el cantante debía volver a sentarse en el mismo fementido sillón. Antes de hacerlo tanteó cautelosamente con ambas manos el asiento para ver si ahora sí iba a aguantarlo. Eso le ganó un regocijado aplauso de los asistentes. En igual forma pienso que Xóchitl irá ganando en experiencia y en presencia conforme avance en el camino. Aprenderá bien pronto, estoy seguro, el arte de la improvisación, pues le sobran ingenito, talento y sensibilidad. Por otra parte, quien no sea capaz de improvisar no ande en el teatro ni en la política. Ni en la vida. FIN.

Mirador

Armando Fuentes Aguirre

VARIACIONES OPUS 33 SOBRE EL TEMA DE DON JUAN
San Pedro, al fin humano, es más riguroso que el buen Dios, al fin divino.
Quiso enviar a Don Juan a los infiernos, pero el Señor le dijo:
—No puedo condenarlo. Amó mucho.
Adujo el apóstol:
—Su amor fue desordenado.
Replicó el Padre:
—Pero no el de las mujeres que lo amaron. Ese amor lo salva.
El portero tuvo que ceder. Pidió, resignado:
—Dime entonces a dónde lo envío.
—Al cielo —dictaminó el Señor, cuya misericordia es infinita.
San Pedro, a fuer de pescador, es obstinado. Le preguntó con intención:
—Padre: ¿y las once mil vírgenes?
¡Hasta mañana!…

¡Comparte esta nota!