Tribuna Campeche

Diario Independiente

De política… y cosas peores | Opacidad de AMLO

Catón

“Te reprocho haberme dado 5 años de mal sexo”. Eso le dijo Pirulina a Inepcio cuando cumplieron un lustro de casados. “Y yo —replicó él—, te reprocho saber la diferencia”… No amanecía aún del todo cuando el joven deportista empezó a hacer sus ejercicios en el parque. Realizó una serie de las llamadas “lagartijas”. Pasó un borrachito por ahí y le dijo: “Pendejo. Se te salió de abajo la muchacha y ni te diste cuenta”… Si entre los humanos hay amores raros —un cierto amigo mío dice que todo amor que no termina en la cama es un amor raro— en la naturaleza también se ven amoríos extravagantes. El león, por ejemplo, sintió atractivo inmenso por una linda cebra de ondulantes formas y redondeada grupa, y ella le correspondió. Estaban en pleno acto cuando de repente dijo el león con voz de alarma: “¡Ahí viene la leona! ¡Hagamos como que te estoy matando!”… Los profetas suelen sufrir una desgracia, la cual consiste en que sus profecías se cumplen. Lejos estoy de ser arúspice o augur. El futuro es campo de sombras para mí, y el presente me enrostra misterios insondables. En el pasado es donde me siento más a gusto, y aun las cosas ya sucedidas las miro con cautela. Soy como Mao, que cuando le preguntaron qué pensaba acerca de la Revolución Francesa respondió que era demasiado pronto para opinar. En ocasiones, sin embargo, caigo en la insana tentación de arriesgar un vaticinio. Hace algún tiempo predije que en los últimos meses de su sexenio se acentuaría la voluntad autoritaria, absolutista y caprichosa de López Obrador. No escapé del sino ineluctable que persigue a los profetas: mi augurio fatalmente se cumplió. El anuncio del caudillo en el sentido de que se propone acabar con varios organismos autónomos es otra de sus acciones —una más— de claro contenido dictatorial, que a más de vulnerar la ley atenta contra el sano equilibrio de fuerzas que es básico para el buen funcionamiento de una sociedad democrática. En los entretelones de esa iniciativa creo advertir una motivación de orden económico. No es muestra de cinismo, sino de realismo, decir que en el fondo de casi todos los asuntos humanos está lo que algunos llaman “el cochino dinero”, porque no lo tienen, pero que bien visto no es tan cochino, como lo muestra el hecho de que todos lo buscamos, pues sin él no podríamos vivir. Hasta la tinaja de Diógenes costó dinero. Ciertamente el dinero no compra la felicidad —sobre todo si es poco, añadía el Chaparro Tijerina—, pero ayuda a conseguir el género de infelicidad más agradable. En el caso que nos ocupa, o que al menos me ocupa a mí, AMLO está urgido de fondos para enfrentar los gastos de campaña del año venidero, y anda rasguñando pesos y centavos donde los haya. De ahí lo de los fideicomisos del Poder Judicial; de ahí los drásticos recortes a los presupuestos de los Estados y Municipios que no son de Morena; de ahí el ataque a los organismos autónomos que podrían limitar su acción y a cuyos fondos, si se presenta la oportunidad, puede meter mano para costear sus propósitos políticos. ¿Especulación ésta? A lo mejor. En un ámbito de opacidad como el que López ha implantado todo se vuelve especulación. Pero son aplicables aquí de nueva cuenta las palabras de la viejecita que al confesarse le decía al sacerdote: “Acúsome, padre, de que levanto falsos que luego salen ciertos”… Cada semana el hombre compraba 70 condones. “Con esos tengo para los siete días”, le explicaba al farmacéutico. Un día éste le sugirió: “¿Por qué no compra el paquete de 100? Le saldrían más baratos”. “¡Oiga no! —protestó el individuo—. ¡Ni que fuera un maniático sexual!”. FIN.

Mirador

Armando Fuentes Aguirre

Me habría gustado conocer a don Félix de Ulloa y Formentí. Vivió en el tiempo de Cervantes, y tuvo trato cercano con el Greco. Poseía hermosas manos, pues nunca se abajó a emplearlas más que en la pluma, la espada y la mujer, y es fama que el gran cretense las tomó de modelo para pintar las manos de sus santos y sus caballeros.
Don Félix se prendó de una dama a la que nunca desposó, pues consideraba al matrimonio cosa sin sentido. Decía que los casados permanecían juntos por obligación. Un hombre y una mujer, manifestaba, sólo deben estar juntos por amor.
Con esa señora vivió 20 años, hasta la muerte de ella. El caballero jamás volvió a poner la vista en otra mujer. Vistió de negro el resto de su vida, y diariamente llevaba un clavel rojo a la tumba de aquélla a quien amó y que le dio su amor.
Un día lo encontraron muerto ahí, en el cementerio, abrazado a la lápida. Un médico dictaminó la causa de su fallecimiento. Escribió: “Melancolía”.

¡Hasta mañana!…

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