Catón
“He caminado leguas y leguas, todas las leguas que Dios ha querido, y me siento cansado y un poco triste”. Con esas dolidas, dolientes palabras empezó don Artemio de Valle Arizpe, ilustre saltillense, el relato de su vida. Escribió la “Historia de una vocación” con motivo de una serie de conferencias llamada “Trato con escritores”, la cual tenía lugar en la Sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes. Su avanzada edad y los quebrantos de salud que lo agobiaban le impidieron hacer él mismo la lectura de su texto, pero la hizo en su lugar un magnífico lector: Salvador Novo. Yo asistí a la ocasión, que debe haber sido a finales de los cincuenta del pasado siglo. Conocía al célebre cronista de la Ciudad de México. De vez en cuando lo visitaba en su casa. Quería yo que me hablara de sus obras, escuchar algo de su rico anecdotario, pero en vez de eso él me preguntaba acerca de las cosas de Saltillo: quién se murió; quién se había casado —”y contra quién”, decía—; cómo iba el litigio por cuestión de tierras, que duraba ya años, entre Fulano y Mengano. Pasó el tiempo. Con él pasó don Artemio y voy pasando yo. También he caminado leguas y leguas, pero a diferencia del autor de “Ejemplo” no me siento cansado. Sigo en mis andares de juglar viajero, y los 365 días del año —366, cuando es bisiesto— cumplo mi tarea de escribidor y entrego a mis periódicos los cuatro artículos diarios que pergeño. ¿Tristezas? Las propias de la vida, que lo mismo acaricia que golpea. Pero esa tornadiza dama es benévola conmigo, y así como me quita me da luego, y me hace regalos que le agradezco mucho, por inmerecidos. Uno de ellos, entre los más valiosos, es el de los amigos. Todos los que tengo son mejores que yo. Su amistad, entonces, me enriquece. Hace unos días volví en Bellas Artes a la Sala Ponce. Ahí, en solemne ceremonia, el doctor Reyes Tamez Guerra, uno de esos amigos generosos, fue objeto de reconocimiento por parte de la Academia Nacional de Ciencias Políticas. Larga y fecunda ha sido la trayectoria del homenajeado. Rector de la Universidad Autónoma de Nuevo León, dio a esa querida Casa de Estudios prestigio no sólo nacional, sino internacional. Secretario de Educación, desempeñó brillantemente el cargo. Ha alternado sus labores de funcionario público con sus actividades de investigador científico, campo en el cual ha destacado más allá de las fronteras de nuestro país. Sus principales méritos, sin embargo, son su elevada calidad humana, su bondad y sencillez. Calladamente hace el bien a muchos: su amistad ennoblece a quien tiene la fortuna de poder llamarse amigo suyo. Con él estuvo en aquella lucida ceremonia la compañera de su vida, Cristina, también notable maestra e investigadora, y estuvieron con él sus hijos y sus nietos, lo mismo que una nutrida pléyade de amigos y antiguos compañeros procedentes de todas parte del país. Honrar trae consigo honra. Al reconocer los méritos del doctor Reyes Tamez la Academia Nacional de Ciencias Políticas se honró a sí misma. Asistieron al acto, como invitados especiales, el licenciado Enrique Martínez y Martínez, exgobernador de Coahuila, bien recordado por todos, y el ingeniero José María Fraustro Siller, alcalde de Saltillo, quien en poco tiempo ha llevado a cabo una labor de gran beneficio para la ciudad. Solía decir la madre de mi amada eterna: “Llórate pobre, pero no te llores solo”. Quería significar que la soledad es mayor mal que la pobreza. No sufre soledad, y es rico, quien tiene amigos como el doctor Reyes Tamez Guerra, funcionario ejemplar, científico notable, y, por encima de todo, hombre bueno.. FIN.
Manganitas
AFA
“…‘Nos fue muy bien’, dice AMLO a su regreso de Colombia y Chile.”.
Muchos están convencidos
de lo que ayer nos decía.
Pero ¿cómo nos iría
si fuera a Estados Unidos?
Mirador
Armando Fuentes Aguirre
No ha llovido en el Potrero de Ábrego.
Se diría que el buen Dios está viendo hacia otro lado.
Aun así se anima la sobremesa después de la cena en la casa morada, la misma en que habitaron los abuelos, los bisabuelos y los tatarabuelos. La plática es sabrosa; sabroso es el recio mezcal de la montaña, y sabrosos los tés de menta, canela o yerbanís.
Doña Rosa cuenta uno más de los hechos y los dichos de don Abundio, su marido:
—Le pidió prestados 100 pesos al compadre Merejo (Hermenegildo, el prestamista del rancho). Le dijo él: “Puedo prestarle más, compadre. 200 pesos, si quiere; hasta 300”. Le contestó Abundio: “No, compadre. Présteme nada más 100. Así perderá menos”.
Reímos todos, y el viejón se atufa, Masculla con enojo:
—Vieja habladora.
Doña Rosa figura con los dedos índice y pulgar el signo de la cruz, se lo lleva a los labios, lo besa y jura:
—Por ésta.
¡Hasta mañana!…
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