Cambié, la orientación de mi artículo para a El Universal, por el dolor que comparto con millones de seres humanos y al más enérgico reproche por esta incursión salvaje que sembró pánico y segó millares de vidas. Nada puede legitimar estos hechos ni justificar que los observemos con indiferencia y lejanía.
La humanidad ha reprobado los crímenes de terrorismo, con los que se pretende abatir la moral de los pueblos, intimidados con saña. Las expresiones del terrorismo son muchas y diversas. No existe una definición unitaria de estos crímenes, que han merecido la condena del mundo depositada en leyes nacionales y tratados internacionales. Hemos suscrito convenios y emprendido acciones para combatirlos y atar las manos de los terroristas, que en los últimos años han consumado crímenes de lesa humanidad.
México no puede colocarse a distancia de estas condenas, que no pretenden lastimar los derechos y la vida de pueblos enteros ni cancelar sus legítimas reclamaciones, donde las haya. Pero no podemos guardar silencio o refugiarnos al amparo de una pretendida “neutralidad” ante hechos como los que han quebrantado la vida de seres humanos victimados sin razón y sin derecho.
La posición adoptada por el Presidente de México ante una tragedia que lastima valores y principios de la humanidad entera no corresponde a la naturaleza de los crímenes perpetrados ni traduce el sentimiento del pueblo mexicano.
Ahora no se trata solamente de facilitar el restablecimiento de la paz ni de mediar entre pueblos que disputan, sino de reconocer la naturaleza gravísima de crímenes que deben ser condenados con máxima energía. La complacencia o la indulgencia con el terrorismo no sirven a los valores de la humanidad y, específicamente, del pueblo de México.
Nuevamente, el Ejecutivo yerra en su apreciación y en su reacción frente a hechos que debieran ser condenados con gran compromiso moral y rigor jurídico. No es la primera vez que esto sucede. ¿Será la última?
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