Mariano Espinosa Rafful
La soledad y la pausa son el hábitat del pensamiento.
Irene Vallejo.
Pareciera que el tiempo camina más aprisa en los tiempos de hoy, que el presente es un instante y que el día son sólo momentos escurridizos, tal vez con la suma de los años, en la madurez hasta imprudencial de la existencia, aprendemos tarde a atesorar las horas despiertos.
Dormimos menos, mucho menos que hace algunos ayeres, y el pulso de la vida es más rudo, más cruento, menos atardeceres sin sol, más calor en la naturaleza que está cobrando factura de su depredación inaudita por el ser humano, que consciente o inconscientemente le hace un gran daño.
Por ahora en México vamos a hablar de política sin resultados para los que menos tienen, al menos lo que resta del año y el siguiente se paraliza casi todo el desarrollo de las obras, candados por doquier, ley mordaza para los de arriba, aquellas y ellos que desde el Estado nos recetan soluciones al vapor, palabras al viento.
Sin medias tintas la suerte está echada, frase que cae como anillo al dedo, un inquilino en Palacio Nacional cada vez más iracundo, con respuestas repetitivas, script que no se tropieza con la denominada transformación, con las pausas debidas, matizando la realidad.
Quizá sin darnos cuenta viviremos una película que ya vimos, sin asombro, sin sobresaltos, una mala copia de aquel 2005-2006, en la sucesión panista, acordadas las fatalidades de dos sexenios, azules con sabor a empresarios sin experiencia pero ambiciosos, buscadores de talento sin talento, un desastre del cual aún no nos recuperamos.
El país entra en un proceso de laboratorio, con un desgaste y un gasto innecesarios, porque a la vista, en ese hábitat del pensamiento que refiere Vallejo en un gran libro, contado con fechas diferentes, en ese embrujo seductor de atraparnos, los votantes ya están listos para no perder “privilegios”, ser centaveados por un sistema donde la corrupción es el común denominador.
Siempre los programas sociales han sido un instrumento a favor del Gobierno en turno, que por supuesto pretende siempre extender sus tentáculos con otros actores, permitiéndose ese poder que se atreve a todo, a negarlo todo, a superar nuestra imaginación por momentos, una vuelta al realismo mágico de García Márquez en Cien años de soledad.
Los nombres son parte de esa parafernalia asignada desde las mañaneras, un mandatario manipulado por un empleado de menor rango en un periódico, que dicta los temas, las variantes, las preguntas, los cuestionamientos y hasta escribe los argumentos de respuestas.
Tenemos prisa por vivir en cuanto menos años nos quedan, en el calendario natural de las enfermedades por aparecer, contamos horas que se escurren como el sudor de la frente en la primavera de insomnios en solitario.
La política es toda una aventura sin conocimiento, en la improvisación de los que dejan seducirse por los merolicos, los sabelotodo, aquellos que se saben vender y se alquilan para disputar una contienda electoral más, con tendencias específicas desde antes del arranque.
Será muy difícil no suponer un rompimiento de uno y otro lado, los jaloneos ya se observan en las nuevas designaciones, donde cada cual toma un chambelán de acuerdo a sus intereses, no para bien de México, sino de esa “novedosa”, que no nueva clase política, llegada desde un partido político utilizado como puente, un PRD que se extingue como la brisa por las tardes este junio sin sorpresas ni treguas.
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