Tribuna Campeche

Diario Independiente

De política… y cosas peores: Hombre prudentev

Catón

El cielo negro y hondo como ojos de mujer que si te miran no te queda más que decir: “Estoy perdido”. El aire tibio y suave, caricioso. El silencio, de esos que invitan a callar. Y en medio Castulito, devoto joven que en su vida ha leído tres libros solamente: “Jeromín”, del Padre Luis Coloma; “Energía y Pureza”, de monseñor Tihamér Tóth, y “Fabiola”, del cardenal Wiseman. (Se citan por orden de jerarquía eclesial de los autores). No está solo Castulito. Lo acompaña en su coche Pirulina, muchacha conocedora de la vida y de todo lo que la vida ofrece para satisfacción del cuerpo antes de que la edad conduzca a recordar el alma. Hedonistas se llaman quienes procuran el placer como finalidad suprema de la vida. También se les nombra sibaritas o epicúreos. Son los que dicen, disculpando el vulgarismo plebeo: “Con que cómanos, bébanos y cójanos, aunque no trabájenos”. Afirmaba un tipejo perdulario: “Yo le doy a mi cuerpo lo que pida. Si me pide comida le doy comida. Si me pide bebida le doy bebida. Si me pide sexo le doy sexo. Si me pide descanso le doy descanso”. “Oye —lo interrumpió uno—. ¿Y si te pide que trabajes?”. “¡Ah no! —se encalabrinó el sujeto-. ¡Eso ya es mucho pedir!”. Advierto, sin embargo, que me he ido por los cerros de Úbeda. Ese es uno de los parajes que visito con mayor asiduidad. Andar por los cerros de Úbeda es expresión, arcaica ya, que significa salirse del tema, divagar. Vuelvo a tomar el hilo del relato. En dicho paraje solitario, al amparo de una oscuridad pronta a todas las complicidades, aquel piadoso joven exclamó con emoción: “¡Ah, este cielo de oscuridad profunda! ¡Ah, este aire tibio y suave! ¡Ah, este césped cuajado de rocío!”. Acotó Pirulina: “Traigo una cobija”. De nueva cuenta se aparece por aquí Chinguetas. Lo conocemos hasta en mole: es un marido tarambana dado a toda suerte de calaveradas y devaneos. Su esposa le reclamó, furiosa: “¡Supe que le regalaste un collar de perlas a tu secretaria!”. “No se lo regalé —la corrigió Chinguetas—. Se lo debía”. Otro quídam por el estilo es don Algón, que también se nos presenta con frecuencia. Un momentito, por favor. Voy a ver qué es eso de “quídam”. Decir “quídam” es como decir “fulano”, o sea un nombre indeterminado… Don Algón es un viejo rabo verde. Tiene el pelo completamente blanco, pero saca juventud de su cartera. Ya se sabe que verbo mata carita, pero lana mata carita y verbo. En cuestión de amores el hombre prudente sabe cuándo retirarse, y prefiere gozar en la memoria sus recuerdos antes que exponerse a hacer la confesión que Ramón López Velarde, pese a su juventud, hizo una vez: “He oído la rechifla de los demonios sobre mis bancarrotas chuscas de pecador vulgar”. A don Algón lo acosaban ya tres extranjeros perniciosos: un alemán, Alzheimer; un inglés, Parkinson; y un italiano, Franco de Terioro. Sin embargo, insistía en seguir buscando la “dulce pasta”, que así llamaba don Federico Gamboa al cuerpo femenino. No se le tome a mal esa expresión, ni se le haga objeto de censura: el autor de “Santa” vivió en el antepasado siglo y el pasado (1864-1939), cuando aún no existía esa hipócrita monserga, la corrección política, que las más de las veces es impolítica e incorrecta. Sucedió que don Algón invitó a cenar a una bella chica. Ella pidió tres o cuatro de los platillos más caros de la carta. Le preguntó, amoscado, el carcamal: “¿Eso cenas en tu casa, linda?”. “No —replicó la muchacha—. Pero en mi casa nadie me quiere hacer lo que me quiere hacer usted”. (Y no se le hizo a don Algón. El dinero no compra la felicidad, y ni siquiera sirve para alquilarla). FIN.  


Sociedad partida

Luy


Manganitas

AFA

“…políticos y empresarios hacen con AMLO el primer recorri-
do del Tren Maya.”.

Dos, o tres, o cuatro cobres
mostró con eso Obrador.
¿Ya se le olvidó al señor
lo de “Primero los pobres”?


Mirador: HISTORIAS DE LA CREACIÓN DEL MUNDO

Armando Fuentes Aguirre

Te diré lo que mis hijos, mis nietos y yo estamos cenando esta noche de posada con el recuerdo de la amada eterna.

Tamales saltilleros, platillo principal. Los hay de puerco, pollo, frijoles, queso y dulce. Tan ricos en recaudo son que con dos tienes para llenar el cuerpo y sosegar el alma, pero el gozo de vivir te pide que te comas tres. O cuatro, o cinco, o seis. 

Una taza de humeante champurrado, espeso atole con aromas de chocolate y de canela. Un solo trago basta para quitarte el frío de tres inviernos fríos. 

Buñuelos tan leves que cuando los pones en el plato éste pesa menos de lo que pesaba antes de que los pusieras en él. 

Y ponche de guayaba con tripas. Las tripas son una generosa añadidura de aguardiente, brandy o ron. Beberlo es como beberte el sol. 

Desde arriba nos mira el buen Señor. Le pregunta, tímido, al Espíritu:

—¿Crees que si voy allá me inviten?

¡Hasta mañana!.


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