Rosario Robles
Las fiestas patrias son siempre de simbolismos. No se trata de cualquier fecha. Sino de aquella en la que se iniciara con un grito (o más bien con el taconazo de doña Josefa advirtiendo a los insurgentes que habían sido descubiertos) la lucha por nuestra Independencia.
A lo largo de esta heroica gesta surgiría el anhelo de una nación independiente, plasmado en los Sentimientos de la Nación que aún nos conmueven y nos mueven.
Por eso, resulta injurioso que este año se haya excluido explícitamente a los otros poderes de la Unión, sobre todo ahora que son encabezados por mujeres, que lo único que han hecho es defender la autonomía de la Corte y del Congreso, como los contrapesos que nos hemos dado las y los mexicanos para defender a la República.
Más ofensivo resulta que en el clásico desfile militar el Presidente se acompañe (además de su invisible gabinete) sólo de los representantes de las Fuerzas Armadas en una especie de ratificación del inmenso poder que les ha dado a sus élites y de la creciente militarización (en eso consiste su transformación) de la vida pública de México.
El 14 de septiembre de 1813, el generalísimo Morelos dejaría plasmados profundos preceptos en los que se establecería “que la soberanía dimana directamente del pueblo, el que solo quiere depositarla en sus representantes dividiendo los poderes de ella en Legislativo, Ejecutivo y Judiciario…”, por lo que la decisión presidencial de desairar a los otros poderes es totalmente contraria a los ideales que dieron origen a nuestra nación y, particularmente, a los aprobados por el Congreso de Anáhuac, que como bien señala la historiadora Patricia Galeana establecieron la “disolución de un Gobierno central en una autoridad representativa…”
Estos principios los desdeña López Obrador, no sólo por su actitud vengativa sobre todo con la Suprema Corte, si no por la concentración excesiva del poder, acentuando el presidencialismo metaconstitucional, y más grave aun dividiendo y polarizando a los que nuestros fundadores consideraron un sólo pueblo que estaba hermanado por sus deseos de libertad y justicia.
Por el contrario, el Presidente que lanzó vivas al amor en la arenga del 15 de septiembre es el que —paradójicamente— más ha propagado el odio y fragmentado a las y los mexicanos.
El que le ha dado la espalda al legado histórico de los que nos dieron patria y también de quienes le antecedieron en la lucha e hicieron posible su arribo al poder, pues fue justamente un 14 de septiembre de 1988 cuando Cuauhtémoc Cárdenas convocó a creer “en el respeto a las diferencias…, y en las vías pacíficas y constitucionales, en el razonamiento y la conciliación para hacer concurrir esfuerzos diversos a la solución de problemas comunes…”, a pesar de que en ese momento se había roto la legalidad y el orden constitucional.
Ajeno a estos ideales, el Presidente nos ha separado, nos ha confrontado, nos ha dejado como legado una patria escindida y ensangrentada. Dejará para la historia esa imagen simbólica, en la que en este 2023, en lugar de rodearse de los otros poderes, en esta conmemoración histórica esté flanqueado y acompañado principalmente por los jerarcas militares.
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