Mariano Espinosa Rafful
Porque muchas veces, para sacar lo mejor de nosotros mismos, necesitamos ser otros.
Irene Vallejo.
Entre los pocos alborotos en el domingo de celebraciones contadas, nos quedan recuerdos imborrables, esos que a lo largo de los años, en la ausencia física de uno de los cinco seres más queridos desde mi niñez, está presente con sus consejos desde el infinito.
El sábado describíamos en las redes sociales, y también en los días previos con imágenes de lugares comunes en la Isla que nos arropó siempre, sentirnos afortunados de tener vida para contarla, valorar las compañías como las imaginamos, iluminar esa oscuridad recurrente y concurrente en las soledades nocturnas.
Así como ahora un llamado de los hijos alcanza para llegar a tiempo, antes a papá lo buscábamos en los miedos innecesarios, en las dificultades de la escuela, tareas en las multiplicaciones de no coincidir, puntual estuvo mi padre, mi amigo, mi confidente.
Hablo de mí, de la vendimia en domingo, en las horas de una celebración incuestionable, donde quedamos a deber a nuestros hijos, porque aprendimos sobre la marcha, eran otros tiempos con mamá y papá.
Hoy la vida la observamos a distancia y las equivocaciones son muchas, los tropiezos inevitables y las carencias nos han ido dificultando la armonía.
Lo comercial es parte del show de la existencia capitalista, menos amor, menos palabras de afecto, menos abrazos, menos besos; más desaliento.
Por supuesto que extrañamos lo vivido, la nostalgia es un encuentro con esa realidad que nos abruma y que inconscientemente nos falla.
Todos quienes habitamos las redes sociales hemos tenido infancia, afortunadas y felices las más, con nuestros seres queridos en la mayoría de las familias.
El Guanal, el barrio que me vio dar el paso entre caernos de la bicicleta y sufrir en la moto de acelerar, también nos arropó con amigos, con su emblemático Monumento a la Bandera el parque Miguel Hidalgo y otros lugares donde corrimos y reímos.
Son tiempos de reflexión en el otoño de mi existencia, de pensarnos menos el paso siguiente, decididos a cambiar la historia del pasado reciente.
Debemos disfrutar los años que nos quedan por venir, por vivir, en ese cielo gris más que azul, en esa eternidad inalcanzable, imaginamos el más allá, no nos queda del todo cierto que podamos trascender después de morir en la tierra.
Versa lo coloquial en la creencia, mi padre me platicaba de los astros, del universo, de la reencarnación en la que creía y creemos, una de sus herencias es no dudar que hay vida después de la muerte, aunque en polvo nos convertiremos.
Momentos como ahora, con el calor casi insoportable, imaginamos el infierno, lo sufrimos en el día a día, es un tema recurrente, concurrente, pero poco hacemos a favor de un medio ambiente de discurso político y no de acción ciudadana.
Y heredamos también el gusto por los rosales, las plantas en general, la vida de la naturaleza, Mariano Espinosa Lope me enseñó a caminar sin miedo, a saltar los obstáculos o rodearlos, nunca darnos por vencidos, el no ya lo teníamos al salir a bailar con los gustos de enfrente, vamos por el sí.
Esas charlas en los desayunos de los sábados al regresar de su mano del mercado municipal, fueron enseñanzas de no pedir rebajas, el marchante era justo, la horchata que hacía una delicia, el jarabe él lo preparaba antes de despuntar el alba, hasta estos días estás en mi memoria padre, en cada paso, en tus nietos, en mis espacios de atención.
No es un día como otros, vamos a darle gusto a la bondad de quien me procura, de quien entiende que nos vamos antes, de quien sabe casi todo de mí, porque los otros, vaya que nos hacen falta los otros, los viejos que nos dieron vida, pero sobre todo seguridad y un sello propio. Hasta donde estés padre, mi afecto y amor siempre.
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