Tribuna Campeche

Diario Independiente

De política… y cosas peores | Manifiesto

Catón

Anoche visité a Adrián Rodríguez. Más bien él me visitó a mí, pues hace varios años está muerto. Salió de esa tumba que es el olvido, la tumba más tumba de todas las tumbas, al fondo del más cementerio de todos los cementerios, y llegó a mi casa, ahora tan vacía que no parece casa. Adrián Rodríguez estaba loco, según decía la gente. Pero la gente no sabe quién está loco y quién no. Era algo raro, sí, este don Adrián. Afirmaba ser el Presidente de la República, y se hizo tomar una fotografía vestido de frac, con sombrero de copa, zapatos de charol, polainas y ciñendo la banda presidencial. Decía que el que estaba en Los Pinos era espurio. ¿Locura decir eso? Quizá no. Si aplicamos un recto criterio concluiremos que todos los presidentes salidos del PRI y sus antecedentes han sido espurios. Los únicos legítimos, a más de don Francisco I. Madero, son Vicente Fox, Felipe Calderón y Andrés Manuel López Obrador. Desde luego, esto que digo está sujeto a discusión, igual que todas las cosas, con excepción de las tablas de multiplicar. Adrián Rodríguez fue rico cuando joven, por herencia de familia, pero perdió su fortuna al tiempo que iba perdiendo la razón. O perdió la razón al tiempo que iba perdiendo su fortuna, no lo sé. El caso es que se vio reducido a la pobreza. Una pobreza digna, sin embargo. Vestía con decoro y limpieza, y aunque calzaba alpargatas las lucía como si fueran zapatos GBH, entonces los de mayor lujo. Escribía sonoros manifiestos contra el régimen, los ricos de la ciudad y los americanos, a quienes culpaba de todos los males del mundo. Le imprimían sus pliegos, por caridad, modestos impresores en sus prensitas de abanico, y luego los ofrecía a su clientela a cambio de algunas monedas. “Viene calientito” —te decía en voz baja al tiempo que te entregaba su último manifiesto, no sin mirar a todos lados para ver si no andaba por ahí algún agente del Gobierno, pues según él lo seguían a todas partes a fin de evitar que distribuyera sus escritos. La verdad es que eran una serie de frases inconexas, sin sentido ni coherencia. Hagan ustedes de cuenta poesía contemporánea. Una mañana lo encontraron muerto en la calle. Ángel Sánchez, periodista bueno, escribió un bello libro acerca de él, pues se ganó la amistad de don Adrián y supo muchas cosas de ese entrañable personaje saltillero, menos loco que muchos que pululan por ahí poseídos por la locura del dinero, del poder, de los dioses o de la escribidera, que es una de las mayores locuras en que un mortal puede caer. Antes de irse del mundo Adrián Rodríguez provocó un conflicto internacional. Sintió una extraña animadversión por Nixon —no andaba tan errado—, y se dedicó a pintar en grandes caracteres, con brocha gorda y pintura blanca de aceite, de la que no se borra, la expresiva frase: “Muera Nixon” en todos los vagones de ferrocarril que pasaban por Saltillo. Eran alquilados, pertenecían a empresas norteamericanas, y cuando llegaron de vuelta a la frontera sus dueños se negaron a recibirlos por llevar esa consigna terrorista contra el Presidente de los Estados Unidos. Se acumularon los carros en los patios del ferrocarril, y aquello se volvió un problema que requirió la intervención de las secretarías de Gobernación, Relaciones Exteriores y Comunicaciones y Obras Públicas, lo mismo que del Departamento de Estado del vecino país, el FBI y creo que hasta la ONU. Ahora la entrada y salida de trenes en los cruces El Paso-Ciudad Juárez y Piedras Negras-Eagle Pass se han suspendido por el problema de los migrantes. Otro tiempo, otro conflicto. Hace falta un manifiesto de don Adrián Rodríguez. FIN.

Manganitas

AFA

“…Más de mil pesos cuesta un boleto del Tren Maya…”.

Al saber el precio tal,
que López Obrador calla,
deducimos que el Tren Maya
es un tren neoliberal.

“…Hay pocos circos en México…”.

Y además muy apurados,
según dice la experiencia.
Es dura la competencia
del que hacen los diputados.

Mirador

Armando Fuentes Aguirre

Estos buñuelos están hechos con aire transparente al que se añade un poco de azúcar y canela.
Son tan leves que con ellos el mundo pesa menos que sin ellos.
Los comes y no sabes si los comiste, pues se te deslíen en la boca como si te hubieras comido un espíritu puro, un puro espíritu.
Toma uno en la mano, pero no lo sueltes, porque se irá volando igual que un ángel. Cuida que no se quiebre: él espera que no te quiebres tú. Gózalo. Las cosas como él son para ser gozadas. Es mejor pecar de gula que de necedad.
Perdóname, buñuelo, por no ser tan leve como tú, tan transparente como tú, tan puro como tú.
Perdóname por ser hombre y no pan.
Perdóname por no ser digno de ti, y déjame comulgar contigo.

¡Hasta mañana!…

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