La gobernadora Layda Sansores y su querida Marcela Muñoz están totalmente desquiciadas, por lo que no miden las consecuencias de sus pésimas decisiones…
La impotencia de no haber logrado sobornar para meter en cintura a los más de mil policías que se encuentran en protesta desde el pasado 16 de marzo, ha llevado a la gobernadora Layda Sansores y a su querida Marcela Muñoz, a tomar decisiones irracionales, mismas que rayan al borde de la locura.
Ordenar que se enfrenten policías contra policías, es un síntoma de que la gobernadora Sansores perdió la razón. Ya no hay en su masa encefálica un mínimo de raciocinio, ni su alma alberga un residuo de prudencia.
Ha enloquecido, y prefiere que los conflictos se resuelvan mediante métodos violentos. Que hermanos contra hermanos se enfrenten a golpes, que se ensañen aún más contra las “mujeres valientes”, que la imagen de nuestros policías se denigre cada día más, pero que nadie, absolutamente nadie, toque a su querida Marcela.
Seguramente que en su “Martes del Jaguar”, la enloquecida mandataria tratará de justificar lo injustificable y le va a achacar a los policías sublevados toda la responsabilidad de los hechos ocurridos el pasado lunes en los alrededores de la Academia de Policía.
Pero las imágenes mostradas por el diputado federal José Luis Flores Pacheco y las que lograron grabar algunos reporteros, antes de que el marido de Marcela, el michoacano Víctor Contreras llegara a despojar violentamente de cámaras y teléfonos a los periodistas, permiten evidenciar que la agresión, la violencia y la sinrazón provinieron de las huestes que están al servicio de la demente mandataria.
Es probable que los campechanos hayamos podido soportar a una gobernadora con severos problemas mentales desde hace muchos años. Nos lo advirtieron con tiempo: “Layda está loca”, pero no escuchamos las alertas.
El problema es que son dos las mujeres que han perdido la razón: Layda y su querida Marcela. Y juntas, están llevando a este Estado a la debacle, ambas han propiciado que un conflicto que se pudo haber resuelto de inmediato, se haya complicado al grado de que en cualquier momento pueda suceder lo peor: que ambos grupos contrapuestos se enfrenten y que haya pérdidas de vidas humanas.
Es inútil pedirle a la alocada gobernadora que recapacite, que enmiende el rumbo. Está tan desquiciada que ya no mide las consecuencias de sus actos. Y ni esperar que en el altiplano el presidente Andrés Manuel López Obrador o su corcholata Claudia Sheinbaum la hagan entrar en razón. Si ya le dieron su respaldo total, seguramente que encontrarán justificaciones para su desbordada locura.
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