Jorge Zepeda Patterson
El Presidente está operando con el deseo de obtener lo mejor de “dos mundos”: instalar un proceso sucesorio nuevo y al mismo tiempo, darse el gusto de entregar la banda presidencial a la opción con la que se siente más cómodo
No tengo dudas de que el presidente Andrés Manuel López Obrador preferiría que Claudia Sheinbaum ganase la elección interna y fuera su sucesora. Pero también estoy convencido de que no va a hacer nada extraordinario para que eso suceda. Y por “extraordinario” me refiero a una intervención que ponga en duda la legitimidad de la selección interna.
El Presidente está operando con el deseo de obtener lo mejor de “dos mundos”: instalar un proceso sucesorio nuevo y razonablemente institucional que, en efecto, no sea percibido como un dedazo y, al mismo tiempo, darse el gusto de entregar la banda presidencial a la opción con la que se siente más cómodo.
No siempre la opción favorita o preferida implica descartar al resto de las alternativas. Al menos no siempre y me parece que este es el caso. López Obrador ha definido reglas del juego que permiten la competencia, aunque bien mirado las implicaciones y las minucias de esas reglas han sido diseñadas de tal forma que nunca lastiman las posibilidades de la exalcaldesa. Para la encuesta definitiva se decidió un formato con varias preguntas y se incluirán atributos en los cuales, presumiblemente, ella saldría mejor calificada (honestidad, cercanía a las banderas del movimiento, garantía de continuidad), se apresuraron los tiempos, se descartaron los debates (y al hacerlo se favorece a quien funge como puntera de las encuestas).
En fin, hay muestras obvias de que los círculos más altos del obradorismo impulsan la candidatura de Claudia (gobernadores, dirigentes de Morena, entorno del propio AMLO) y no se ha hecho nada significativo para constreñirlo, salvo pedir que no haya excesos.
Es verdad que Sheinbaum habría preferido quedarse como responsable de la Ciudad de México durante todo este periodo, algo que AMLO evitó al obligar a los precandidatos a renunciar a sus puestos. Pero, desde la lógica del Presidente, esto era necesario de cara a una prioridad más alta: evitar fracturas y convertir a los contendientes en un equipo en los siguientes meses. Con esta medida el Presidente transforma a los participantes en “desempleados” a partir de septiembre, pero con responsabilidades asignadas para doce meses más tarde: presidente, coordinador de senadores y de diputados, respectivamente, a los tres con mejores resultados en la encuesta.
Pero incluso esta decisión opera bajo el supuesto de que Claudia ganará el proceso interno: las tareas de coordinación en el Poder Legislativo que asumirían los “perdedores” de la encuesta, responden al perfil de Marcelo Ebrard y al de Adán Augusto López, operadores políticos consumados. Pero no es el caso de Sheinbaum, conocida por sus dotes de organización y conducción en la administración pública, pero desafecta de la grilla política per se.
Ni siquiera estoy seguro de que ella acepte la coordinación de la mayoría en el Senado en caso de quedar en segundo lugar en la encuesta. Las designaciones de Alicia Bárcena en la Cancillería y Luisa María Alcalde en la Secretaría de Gobernación, estoy convencido, parten del mismo supuesto. Son avances de un gabinete con el cual Sheinbaum se sentiría cómoda, no necesariamente su principal rival.
En todo esto, insisto, López Obrador opera con una inercia que coincide con su propia inclinación: que Claudia sea su relevo. Pero esto no quiere decir que Marcelo Ebrard carezca de posibilidades o que, en caso de convertirlas en realidad, el Presidente vaya a impedirlas. No es un suelo del todo parejo, pero las condiciones de competencia no están cerradas ni mucho menos. Si Marcelo genera una mayoría favorable a su candidatura, rechazar su triunfo sería políticamente incosteable para el Presidente.
Difícilmente saber con exactitud la posición en la que los competidores arrancan, porque la divulgación de los actuales sondeos se han convertido en parte de la batalla. Pero todo indica que las empresas con mejor reputación colocan a Sheinbaum con una ventaja que va de 5 a 10 puntos porcentuales por encima de Ebrard. ¿Podrá el excanciller remontar tal desventaja?
No podríamos especular, porque apenas estamos en los primeros momentos de esta recta final. En esta semana inicial Marcelo comenzó antes y se ha notado. Sus mensajes optimistas y de conciliación parecerían ir encaminados al público cansado de la polarización, en un afán de atraer el voto de los no obradoristas y de los simpatizantes moderados de la 4T.
Pero habrá que esperar a que las campañas se encuentren en vuelo crucero para tener una mejor perspectiva de los objetivos y estrategias de cada cuarto de guerra. Y hay que suponer, incluso, que no será una estrategia unívoca, porque pasará por distintas etapas a lo largo de los próximos dos meses.
En suma, me parece que grosso modo puede decirse que hay una favorita, pero no existe la determinación de imponerla a cualquier costo. Asumo que el Presidente confía en el esquema que ha diseñado y que eso debería bastar para conseguir sus dos objetivos: un sucesor que asegure la continuidad, al mismo tiempo que inaugura un proceso sucesorio más institucional. Habrá que ver si le funciona, pero no habrá garantías ni red de protección.
Para decirlo en términos futboleros, diría que Claudia juega con la ventaja de ser local. Más aún, todo indica que el partido comienza con un 1-0 a su favor. Pero las encuestas serán a población abierta, varias de las empresas encuestadoras finalistas serán ajenas a Morena y los candidatos van por la libre buscando el voto universal. En tal sentido, todo puede pasar, aunque el resultado lógico, a partir de la inercia y la correlación de fuerzas, la favorita es… favorita. Y, con todo, imposible descartar nada o, como dirían los clásicos, la pelota es redonda.
@jorgezepedap
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