Tribuna Campeche

Diario Independiente

De política… y cosas peores | Megalomanía de López Obrador

Catón

“Pero ya he hablado demasiado de mí —le dijo el vanidoso tipo a su linda acompañante—. Hablemos ahora de ti. Dime: ¿qué piensas tú de mí?”. Una característica comparten los tontos y los dictadores: la megalomanía. Mueven a risa, por ejemplo, los gestos y ademanes de Mussolini cuando se dirigía a las multitudes que primero lo endiosaron y luego lo vieron colgado cabeza abajo, muerto con su oscura amante Clara. En “El gran dictador” el gran Chaplin hizo una divertida parodia de Hitler, cuyo final fue igualmente trágico, si no tan sórdido. Cambiando todo lo que haya que cambiar, y sin ánimo alguno de comparación, no cabe duda de que López Obrador sufre también esa especie de delirio, la megalomanía. El sólo hecho de llamar a su régimen “la cuarta transformación”, equiparándose con Hidalgo —quien por cierto no transformó nada—, con Juárez y Madero, evidencia una desmesurada idea de sí mismo. De ese autoengaño derivan los muchos males que AMLO ha causado y sigue causando a este país. Mucho me temo que el último año de su permanencia en el poder se caracterizará por acciones aún más graves, pues se advierte en él una pérdida de la prudencia, la razón y el buen sentido. Por ejemplo, se enorgullece de que los integrantes del Poder Judicial hayan salido a la calle a protestar contra él, y presenta esas manifestaciones como prueba del ámbito de libertad que, según su dicho, él ha implantado en México. Nada más lejos de la verdad. Esa libertad la habían conquistado ya los ciudadanos, y él mismo se benefició con ella. Más bien tales protestas deberían preocuparlo, y aun avergonzarlo, pues por primera vez en nuestro tiempo un Poder de la Unión expresa públicamente su inconformidad por los atentados cometidos en su contra por otro Poder. ¿Poderes de la Unión? Ya no. Poderes de la desunión son ahora, de esa desunión causada por el maniqueísmo presidencial, que tan divididos tiene a los mexicanos. Detesto el papel de arúspice de calamidades, pero pienso que el último año del desgobierno de AMLO será de abusos aún mayores que los que hemos visto. El tabasqueño tiene en sus manos al Poder Legislativo, a las Fuerzas Armadas y a una enorme masa de seguidores que lo apoyan sin discernimiento alguno y que miran sólo a recibir las dádivas que el caudillo les otorga. Buscará entonces consumar sus últimos dictados a fin de justificar el nombre de su régimen, que hasta ahora ha mostrado como única obra visible sus comparecencias mañaneras. La principal fuente de inseguridad en el país es López Obrador. Preparémonos para ver —y para padecer— sus últimos coletazos, antes de los que luego tratará de dar por medio de interpósita corcholata… Habitación número 210 del Motel Kamawa. (“Comodidad, higiene y discreción. Sobre todo discreción. Por eso nos prefieren nuestros clientes. Mire usted: aquí viene el licenciado Fulano, el maestro Mengano, el diputado Perengano.”). Terminado el trance de amor erótico la linda chica se echó a llorar desconsoladamente. “No supe lo que hacía”. Acotó su galán: “Pues para no saber lo que hacías lo hiciste bastante bien”… El borrego se bajó de la borrerguita que por primera vez recibía la visita del macho de la especie. Preguntó la borreguita, preocupada: “¿Significa esto que ya no podré dar lana virgen?”. Dulciflor iba a salir esa noche. Su abuelita le dijo: “Pórtate bien y diviértete”… “Pídeme una de las dos cosas, abue —replicó la chica—. Imposible hacer las dos al mismo tiempo”… El político en campaña abordó a una señora. “¿Me permite un segundo?”. “Sí —respondió ella—. Pero recuérdeme cuando le permití el primero”. FIN.

Manganitas

AFA

“…La Cumbre de AMLO fue cumbre de dictadores.”.

Acudió el de Venezuela.
Vino el de Cuba también.
AMLO los recibió bien.
¿Irá a poner una escuela?

Mirador

Armando Fuentes Aguirre

Este hombre fabricó una llave que abría cualquier puerta.
Todas las puertas pudo abrir, menos la suya.
Una y otra vez intentó abrirla, y la puerta se resistió a la llave.
Hizo otra, y otra, y otra más, y la puerta de su casa ya no abrió.
Cada día mucha gente busca a ese hombre:
—Perdí mi llave. Ábrame por favor la puerta.
Y la abre.
Pero su propia puerta no la puede abrir.
Ahora camina siempre por las calles; come de los botes de basura y duerme en un rincón. Aunque abre la puerta de todas las casas en ninguna lo reciben. Una cosa es abrir la puerta y otra muy distinta es abrir la casa.
Compadezco al hombre que puede abrir todas las puertas, menos la suya. Cuando muera querrá abrir la puerta del cielo y no podrá. Está condenado a vagar eternamente. Ayer por la tarde lo encontré y me dijo con voz en la que había rencor:
—Todos estamos condenados a vagar eternamente.
¿Será cierto?

¡Hasta mañana!…

¡Comparte esta nota!