Ricardo Homs (*)
Utopía era un reino de gran riqueza natural. Su abundancia de recursos naturales, y la alta productividad de sus pobladores, eran de tal magnitud, que el control de su gobierno siempre era el centro de las ambiciones de los poderosos, que llegaban al poder vendiendo sueños y esperanzas para luego enriquecerse al encabezar el Gobierno, olvidándose del pueblo, al que controlaban ofreciéndole migajas.
Un día el pueblo, cansado de la rapiña del gobernante en turno, impulsó a un gran líder —carismático y popular—, quien prometió una nueva era de paz y justicia. Este fue ungido rey y lo primero que hizo fue mudarse a vivir al lujoso palacio imperial.
En la primera Navidad un grupo de notables del reino —que formaban parte de las estructuras de Gobierno— fueron a verle y con gran alarde le obsequiaron un gran espejo que le dijeron tenía el don de la sabiduría y la verdad, pues había pertenecido a un legendario rey —admirado y querido por todo el pueblo—, quien durante su Gobierno se distinguió por su gran sapiencia y patriotismo. Además, este gobernante había sido el artífice de leyes visionarias, de vanguardia.
Con gran discreción, le hicieron saber que, según la leyenda, el espíritu de este monarca había quedado hospedado en su espejo favorito y sólo con algunos seres especiales —a quienes él elegía— se hacía presente a través de la voz, convirtiéndose en su guía personal.
Le notificaron que ese espejo debía ser instalado en la sala de los hombres ilustres, donde el legendario estadista acostumbraba reflexionar antes de tomar las grandes decisiones de Estado que le dieron gloria y reconocimiento. En ese contexto seguramente surgiría el anhelado contacto paranormal entre ambos monarcas.
Cada mañana, muy temprano, este gran rey forjó un ritual. Se plantaba frente a su espejo e iniciaba su conversación con su nuevo guía espiritual y político.
Lo que este ilusionado rey no sabía era que la camarilla que le obsequió tan valioso objeto —conocedora de todos los recovecos del palacio—, había creado ese mito para tomar control de él.
En la habitación contigua a la sala de los hombres ilustres, esa camarilla se reunía cada mañana para interactuar —de modo secreto— con el monarca y transmitirle los mensajes que deseaban hacerle llegar a través de una gran voz convertida en el oráculo.
Para dar vida a este gran mito crearon un sistema acústico que operaba a través de tuberías ubicadas en la pared que estaba detrás del espejo, conectado este al salón contiguo donde ellos sesionaban.
Sumido en el confort y lujo palaciego no se había dado cuenta de que día tras día se desconectaba cada vez más de la cruel realidad que vivían sus súbditos. Arreciaba la violencia que asolaba al vasto territorio de Utopía.
Esta era generada por hordas salvajes que tomaban control de poblaciones enteras, a las cuales sometían a condiciones humillantes, imponiendo un doble tributo.
El pueblo veía cómo proliferaban estos grupos violentos ante la inacción del Ejército, institución a la cual el monarca había pedido tolerancia y paciencia.
Platicando cada mañana con quien él suponía era su mentor, descubrió que, siendo tolerante y magnánimo con estos grupos invasores, ellos se convertían en sus aliados para dominar y controlar a todos sus adversarios políticos.
Mientras él y sus cercanos y leales disfrutaban de las comodidades del poder y sus lujos, los violentos invasores hacían crecer su control territorial.
El tiempo pasó y nunca logró percibir cómo ese enemigo silencioso había logrado penetrar las estructuras de su Gobierno, convirtiendo a unos en cómplices y los otros habían tenido que pactar en silencio, solamente para sobrevivir.
Llegó el día en que este monstruo apocalíptico se convirtió en un poder paralelo y el pueblo —que antes le amaba— alzó la voz para reprochar a su monarca su indiferencia y falta de solidaridad.
En la historia de Utopía quedó sellada la crónica del rey escondido en su palacio.
NOTA IMPORTANTE:
Este es un pequeño ejercicio literario al que podemos calificar como un “cuento de Navidad”, producto de la creatividad y la imaginación. Cualquier similitud con la realidad, será una simple coincidencia.
@homsricardo
(*) Presidente de la Academia Mexicana de la Comunicación.
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