Tribuna Campeche

Diario Independiente

De política… y cosas peores | Con muchos huevos

Catón

En el restorán el señor pidió un huevo duro. No se lo sirvieron como lo había pedido, de modo que llama al mesero y le reclama: “—Este huevo está blando’’. Levanta el plato el mesero y dirigiéndose al huevo le ordena con energía: “—¡Te me callas!’’… Hace tiempo se exhibió un film con nombre sugestivo, pues se llamaba “Una película con muchos huevos”. Igual podría titularse este articulejo, que tiene como tema principal el sabroso y nutritivo producto gallináceo. Los especialistas en cosas de cocina afirman que el huevo se puede preparar en más de 500 formas diferentes. La manera más antigua que se conoce es en ceniza. Simplemente se pone el huevo bajo las cenizas calientes del fogón y se deja ahí entre 10 y 15 minutos. Luis XIV cazaba en un bosque cierto día cuando súbitamente sintió hambre. Entró en la choza de un campesino y le pidió que le sirviera algo de comer, y pronto. El hombre, aturrullado porque no sabía cocinar, acertó sólo a quebrar unos huevos, batirlos en un plato con hierbas y pedazos de tocino y jamón y echar aquel revoltillo en aceite. Lo que salió de aquello se lo sirvió con prontitud a Su Hambrienta Majestad. “Homme leste!” —exclamó complacido el rey—. Y una nueva palabra nació para el mundo, pues “homme leste’’, que quiere decir hombre listo, ligero o rápido, es en su pronunciación francesa el omelette que nos comemos hoy. Y ya que hablamos de franceses, el filólogo Pierre Ferran en su libro “Les O’’ recoge cinco curiosas expresiones mexicanas, y las explica. “Andar pisando huevos’’: obrar con extremada precaución; “Me cuesta un huevo’’: me es muy difícil o costoso; “Decir el huevo y quien lo puso’’: cantarle a uno sus verdades; “Hacer algo a huevo’’: hacerlo a fuerza; “¡A huevo!’’: interjección popular empleada para denotar la obligatoriedad de realizar una acción. Mil y un voquibles más tenemos los mexicanos en que aparece el huevo, ya en sentido recto, ya con su equívoca significación testicular. Un moralizador proverbio hay en francés, donde se rima oeuf con boeuf: “El que roba un huevo roba un buey’’. Significa que el que obra mal en las cosas pequeñas también obrará mal en las grandes. Fabergé, ahora un nombre célebre en artes de perfumería, se hizo famoso fabricando huevos de Pascua de prodigiosa belleza para el Zar de todas las Rusias. Los hacía de oro y plata con incrustaciones de piedras preciosas, y les ponía música o trucos ingeniosos que causaban sorpresa y regocijo. Joyas de colección, en la actualidad un huevo de ésos cuesta un lo mismo. Las señoras de antes remendaban los calcetines usando un huevo de madera fina, muy pulido y fragante. A las gallinas se les ponía un huevo de yeso para incitarlas a poner uno de verdad. Los americanos, que se la pasan haciendo experimentos, acaban de dar los asombrosos resultados de uno. Llenaron con huevos dos incubadoras. En una pusieron música clásica mientras los huevos se incubaban. En la otra, no. Cuando nacieron los pollitos, juntos ya todos y revueltos los de las dos incubadoras, se les tocó la misma música. Los pollitos de la incubadora que había tenido música fueron todos corriendo hacia la bocina. Sacaron por conclusión los experimentadores algo que se sabía ya: aprendemos desde antes de nacer. A cierto pedagogo una señora en estado interesante le preguntó a qué edad debería comenzar a educar a su hijo. “¿Cuánto tiempo tiene usted de embarazo?” —le preguntó el educador—. “Seis meses”, —respondió la señora—. “Pues ya lleva usted perdido medio año” —le dijo el sabio. Significa eso que la educación de un niño debe empezar ab ovo, es decir, desde el huevo, desde el principio. ¡A huevo!… FIN.

Manganitas

AFA

“… Para protección del consumidor la leche que se vende debe reunir todas las condiciones sanitarias…’’.
No hay lecheros que se opongan
a la higiénica medida.
Toda el agua que le pongan
será, en adelante, hervida.

Mirador

Armando Fuentes Aguirre

Esto que tú lees ahora lo escribí yo ayer.
El hombre pasa por varias etapas en su relación con la tierra.
Primero la conoce.
Luego la ambiciona.
Después trabaja para conseguirla: ansía tenerla toda, ser su dueño.
En seguida se da cuenta de que no puede poseerla entera, pero aún así quiere una buena parte de ella.
Los años le enseñan que ni siquiera eso puede tener. Ahora se conforma con una extensión a la medida de su riqueza.
Cerca ya de la muerte se percata de que también ese afán era orgullo, humo de pura vanidad. Sabe ahora que el hombre sólo necesita unos cuantos pies de tierra.
Cuando muere los recibe.
Y por último él mismo se hace tierra.

¡Hasta mañana!…

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