Tribuna Campeche

Diario Independiente

De política… y cosas peores | INE es órgano del Gobierno

Catón

“Si quieres tú ser feliz / en forma reglamentaria / debes hacerte pendejo / por lo menos una hora diaria”. No pretendo validar ese apotegma de dudoso origen, pero sé de una señora que lo cumplía ad pedem litterae, esto es decir al pie de la letra. Devotamente oraba en la siguiente forma: “Señor: que mi marido no me engañe. Si me engaña, que yo no me entere. Y si me entero, ¡que me importe una pura chingada!”. Otro ente que aplica esa dudosa máxima es el Instituto Nacional Electoral. Pongo un ejemplo para basar mi afirmación. Claudia Sheinbaum anda ya en plena campaña presidencial, con disfraz de actividad interna de Morena. Lo sabe bien el INE, y deja hacer, deja pasar. Y más de una hora diaria. Tal parece que ahora los tiempos electorales los fija la 4T en lugar de ese organismo que se creó para ser operado por ciudadanos y no por servidores del régimen. El conjunto de leyes que norman los procesos de elección se han vuelto letra muerta, y todo mundo se los pasa por, no diré por dónde, pero mis cuatro lectores ya lo adivinarán. Mala señal es esta de cara al 24. Todo indica que se han perdido la integridad y seriedad que bajo la anterior dirección caracterizaron al organismo electoral, convertido ahora, según se ve, en una dependencia más del Gobierno Federal. Igual sería que quitaran a Bartlett de la CFE y lo llevaran a manejar el INE, a fin de que lleve a cabo la elección presidencial como en los tiempos de la dominación priísta, por si es necesario que se caiga el sistema. Triste cosa será que lleguemos a ese proceso, crucial para el país, sintiendo desconfianza por el organismo encargado de llevar a cabo las elecciones y de calificar sus resultados. Ante esa eventualidad tan peligrosa los ciudadanos no podemos aplicar ni siquiera por una hora la sentencia del principio. Ese sería nuestro fin… “Está usted muy bien” —le dijo el médico a la guapa paciente después de examinarla brevemente. Y luego de una pausa —no muy larga— le informó: “Son dos mil pesos de la consulta”. “¡Dos mil pesos! —se exaltó la mujer—. ¡Lo mismo que me dijo usted me lo dicen todos los días en la calle, y gratis!”… El joven marido les contó a sus amigos: “Mi esposa y yo tenemos opiniones muy opuestas. Discutimos de todo y por todo. Sólo hay una cosa sobre la cual no discutimos”. Preguntó uno: “¿Qué cosa es ésa?”. Respondió: “El colchón”… El candidato a edil se jactaba de su estricta moral ante un público formado por gente de la localidad. Dijo orgulloso: “Hay cuatro casas de mala nota en este pueblo, y no he ido a una sola de ellas”. Se oyó una voz: “¿A cuál no has ido?”… Un belicoso ebrio se plantó en medio del abarrotado Bar Ahúnda y proclamó desafiante al tiempo que mostraba en alto un grueso fajo de billetes: “¡Con este dinero puedo comprar a todos los culeros que están aquí!”. Un hombrón de estatura procerosa y músculos de toro se levantó de su asiento y lo encaró: “¡Óigame, cabrón! ¡Yo no soy ningún culero!”. Replicó el otro sin turbarse: “Bueno. Entonces a ti no te compro”… (Hace tiempo fui a perorar en Costa Rica, bello país y hospitalario. La organizadora del ciclo de conferencias me dijo: “Señor Fuentes: usted es culero”. “¡Uta! —pensé consternado—. ¡También acá ya se supo!”. No: lo que me quería decir es que yo sería el último en hablar)… La mujer de don Chinguetas le reclamó furiosa: “¡Una de mis amigas me acaba de contar lo que le platicó su esposo hoy en la mañana! ¡Que anoche te gastaste cinco mil pesos en una prostituta!”. “¡Qué buena noticia me das! —le agradeció, feliz, el frívolo señor—. ¡Llegué muy borracho a la casa, y pensé que ese dinero se me había perdido!”. FIN.

Mirador

Armando Fuentes Aguirre

El pintor hizo un maravilloso cuadro.
Supo que era una obra maestra.
Sin embargo, sucedió algo extraño: al día siguiente la pintura se borró. No quedó en la tela un solo trazo de dibujo, una sola traza de color.
Intentó repetir lo que había hecho. Imposible. El dibujo claudicaba; el pincel y la espátula se negaban a obedecer.
El pintor perdió la razón. Ahora va por todas partes —cafés, tabernas, galerías de arte— mostrando una tela en blanco.
—Es mi obra maestra —dice con orgullo—. Es la obra maestra.
Todos fingen mirarla y comentan en seguida:
—¡Fantástica! ¡Maravillosa!
Es que aún hay gente buena en este mundo.
Ahora bien: ¿por qué se borró el cuadro?
Sé la respuesta pero casi no me atrevo a decirla. Es que hay un dios malo que persigue a los artistas tan sólo porque son artistas.

¡Hasta mañana!…

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