Catón
El señor regresa de un viaje y encuentra a su mujer en la recámara, presa de singular agitación. «¿Qué te pasa, Fornicia?» -le pregunta-. «Nada, Corneto» -responde ella-. Pasea el esposo una mirada en torno de la habitación, y mal escondidas entre la colcha de la cama descubre un par de prendas de ropa interior de hombre. «¿A quién pertenecen este calzón y esta camiseta?» -pregunta lleno de inquietud-. «Pero, querido -responde la señora-. ¿Qué no te has enterado? Está de moda ahora que las mujeres usemos prendas interiores de hombre, como parte de la liberación femenina. “Esa ropa es mía». «Ah, vaya” -se tranquiliza el esposo-. “Por un momento pensé que podía tratarse de otra cosa». En eso se escuchan ruidos en el clóset. El señor abre la puerta. -Adentro estaba un tipo-. «¿Qué hace usted aquí?» -pregunta don Corneto-. «Mire, señor” -responde con toda calma el individuo-. “Si le creyó a su esposa eso de que las mujeres están usando ropa interior de hombre, también me creerá a mí si le digo que estoy aquí esperando el autobús»… Los esposos celebraban en el casino de la ciudad sus bodas de plata. Al final del banquete el señor, animado por el espíritu del vino, se pone en pie y dice con solemnidad: «Queridos amigos, permítanme ustedes unas palabras. Deseo expresar mi gratitud a la persona que durante estos 25 años ha sido compañía en mi soledad y consuelo en las horas difíciles; que me ha aconsejado siempre; que ha compartido mis tristezas y mis alegrías; que me ha escuchado y ha soportado con paciencia mis malos humores y mi trato, injusto a veces. Quiero…». -La emoción le puso un nudo en la garganta y el señor ya no pudo continuar-. -En los ojos de su esposa brotan las lágrimas. Para romper la tensión empieza a gritar la gente: «¡Beso, beso, beso!». El señor va y muy emocionado le da un gran beso en la mejilla al cantinero del casino… El estado de Oaxaca es seguramente uno de los más bellos lugares -y también una de las más valiosas reservas naturales- no sólo de México, sino del mundo entero. Asomarse por unos días a los prodigios que encierra esa bellísima parte de nuestro país es no sólo entrar en contacto con la historia y las tradiciones que los oaxaqueños guardan, sino también percibir la magia y el misterio de esa tierra de mitos y leyendas. La naturaleza hizo de Oaxaca el depósito de todas sus riquezas. Aunque la incuria, la ambición y la ignorancia se han cebado en la flora y la fauna del Estado, quedan todavía extensísimas selvas, montañas de altas cumbres, bosques, ríos y lagos, costas marinas a donde no han llegado aún las depredaciones de los humanos. Los oaxaqueños tienen plena conciencia de esas maravillas y han elaborado el minucioso catálogo de sus árboles, sus plantas y sus flores, sus aves y sus animales, todo, en fin, lo que debe preservarse para que no se pierda esa reserva de prodigios que se deben atesorar con celo avaro en bien de las generaciones que vendrán. Cada Estado de la República, con sus particulares características, es también repositorio de hermosuras naturales que se han de proteger. Sabemos que el delicado equilibrio de la naturaleza no debe romperse, y que el hombre debería entrar en el mundo natural como quien entra en un santuario. No se trata de impedir que los seres humanos tomen de la naturaleza lo que necesitan para su vida y su sustento. Se trata, sí, de evitar esos bárbaros atentados que han ido acabando con especies vegetales y animales y que han despojado a nuestro país de su riqueza natural. Una nueva actitud, una visión renovada de lo que debemos a nuestro mundo y a nuestros hijos, nos harán acercarnos con respeto a la naturaleza para gozarla y obtener sus frutos sin causar daño a lo que nos toca preservar. El doctor le pide al viejecito: «Diga ‹A›». -Enuncia penosamente el veterano- «W… X… Y… Z…». El facultativo se vuelve hacia los familiares del señor y les dice: «Me temo que está en las últimas»… FIN.
Manganitas
AFA
«… Clases hasta en tres escuelas…».
De una a otra deben ir
con prisa. De esa manera
muy bien se puede decir
que son maestros de carrera.
Mirador
Armando Fuentes Aguirre
Ahora diré por qué el diablo se hizo bueno.
Oigo decir a veces que en los pasados tiempos los hombres y las mujeres actuaban en forma muy moral.
Cuando tal oigo me río mucho. Por dentro, claro, -para no ofender-. Evoco una cierta carta que leí:
“La señora, casada, me dirigió miradas lánguidas, juntó su pierna a la mía por abajo de la mesa y me dijo por de bajo que fuera a visitarla al día siguiente, pues estaría sola por andar fuera su digno consorte…»,
Y otra carta recuerdo:
«… El señor Andrade me ha confiado sus amores con la primera actriz del teatro San Fernando. Quiere que yo la vea desnuda para que admire sus perfectas formas…».
Esas dos atrevidísimas misivas las firma don Juan Valera, atildado escritor español autor de la novela «Pepita Jiménez». Las cartas están fechadas en 1847. La primera se la escribió Valera a su mamá; la segunda a su hermana.
Por eso cuando oigo decir que antes había más moral que ahora yo me río mucho. Por dentro, claro, para no ofender.
¡Hasta mañana!…
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