Sebastián Korczak
We are the world, we are the children
Hace unos días me enviaron esta canción a través de WhatsApp. Mi primer pensamiento fue: “un mensaje más de tantos que te mandan todos los días y circulan en las redes”. Para ser sincero, también participo en esa dinámica, pues no sólo las recibo sino también las mando…
El caso es que al escucharla de nuevo, además, después de tantos años, me conmovió y tocó mi corazón bien hondo. Sin duda, es la situación bélica actual, y con razón estoy sensible viendo cada día (y noche por el cambio de horario europeo) las terroríficas imágenes de la Ucrania y la frontera de mi país, Polonia.
Me emocioné mucho y pensé particularmente de estos niños, madres, sufriendo, huyendo de sus hogares, buscando la paz. A estos niños se les quedará grabada para siempre esta experiencia de guerra. Empecé a pensar en nuestros niños, jóvenes en el sureste de México. ¿Los estamos educando para la paz? No olvidemos que, como dice el antiguo refrán ucraniano: “lo que Juanito no aprende, Juan nunca sabrá hacer”.
Creo que, por encima de todo lo que pueda aportar el método al nivel curricular, debería estar este valor fundamental, la base que asienta todo lo demás: “educar para la paz”.
Me acuerdo que tuve una maestra (jubilada y encargada de animar a la lectura en la biblioteca de mi primaria) que le tocó vivir dos guerras mundiales, que impactaron increíblemente la vida de los polacos. Sin duda, la marcaron profundamente estos hechos y experiencias. Lo demostró en sus pláticas, charlas y encuentros personales (con unas ricas galletas de jengibre que siempre tenía bajo su escritorio).
Después de tantos años, puedo decir que la maestra se dedicó sus últimos años de vida a transmitir la idea de ser hombres y mujeres de paz. Lo hacía con su ejemplo, recuerdos vivos, no pocas veces con lágrimas en sus ojos. Cuando la dirección o un prefecto tenían algún alumno con problemas de agresividad o conducta violenta, siempre lo mandaban con ella. Sus ojos, con la mirada profunda, de gestos lentos, pero siempre con el cariño de una anciana, y sobre todo su voz que trasmitía enorme paz y tranquilidad, ganaban todos los corazones.
Sus historias nos hacían ver que somos como una batea que recibe todo (lo malo y lo bueno), y después viene el agua y lo lava todo. Todo se va, pero nosotros nos quedamos, y sólo de nosotros depende qué es lo que aprendemos y guardamos en nuestros corazones.
Todas las experiencias dolorosas y malas sirven para aprender. Al final de sus pláticas, siempre nos pedía que extendiéramos la mano y abriéramos el puño. Decía: “con la mano cerrada para golpear no puedes hacer nada más que pegar. Sin embargo, si la abres y sueltas el puño, se te abren mil posibilidades de hacer otra cosa. Tus dedos pueden ocuparse de cosas muy finas, puedes estrechar una mano, dar una palmada, dar una caricia, etc.”. Era impresionante el mensaje de paz que nos dejaba la maestra. Un hermoso recuerdo después de casi 40 años.
No tengo la menor duda que si se requiere reformar a la sociedad adulta, uno debe comenzar con los niños y tratar de enseñarles la paz, la hermandad, el amor al prójimo. Hoy más que nunca, esta necesidad se siente cuando el mundo está amenazado por un dictador sin piedad, sin escrúpulos, sin ninguna compasión por la humanidad. María Montessori en San Remo, en el año 1938 (justo en la amenaza de la Segunda Guerra Mundial), dijo en su conferencia: “Hoy se oye mucho acerca de la necesidad de una mayor moralidad, y se piensa que la educación debe encargarse de esto. La esperanza de la sociedad radica aquí: educar para la paz”.
Sus ideas son aplicables y siguen vigentes, pues el sentimiento de pena, frustración, miedo, horror, debe ser como el que muchos experimentamos con la injusta invasión de Rusia a Ucrania. La verdad es que se te parte el alma escuchar testimonios de gente, que tiene que abandonar todo lo que construyó para salvaguardar su vida, familias, por unas ideas imperialistas de un pueblo soñando con pasado imperialista. Las imágenes de los niños despidiéndose de sus papás, durmiendo en la estación del tren de Lwow, bajando a los búnker improvisados, que varias veces se convierten en sus sepulturas… Faltan palabras.
Ojalá el impacto tan negativo y horroroso que están experimentando, se vea compensado con afecto y cariño. Realmente creo que: “cada niño que nace es una promesa de esperanza para la humanidad”, por eso sentí las ganas de escribir este pequeño artículo.
La canción que me inspiró dice: “que todos nosotros somos la parte de la gran familia de Dios”. Lo creo profundamente. No hay ningún motivo, por lo más sutil que parezca, para invadir la libertad del otro, porque un día estaremos ante Dios y nos pedirá cuentas. “El amor es todo lo que necesitamos” y “todo lo que necesitamos es la transformación de piedras en pan”, continúa la canción.
Agradezco a tantos maestros con los que pude trabajar y sigo colaborando, por todo su empeño, carisma y amor por la “educación para la paz”. Siempre ponemos una arenita de paz y sembramos unos valores de paz cuando:
—Enseñamos el respeto por uno mismo y por los materiales de trabajo, —respetamos y aceptamos los sentimientos de los demás (el enfado incluido), lo que no es aceptable es la manifestación violenta del mismo; —enseñamos la colaboración (nos ayudamos unos a los otros), —cultivamos la paz interior, preparamos el ambiente para que el niño sienta: “yo soy capaz, yo puedo, yo contribuyo”, pues si tenemos la paz interior y satisfacción personal, será lo que proyectaremos hacia afuera; será lo que tendamos a compartir…
Y mucho más lo que hacen con su creatividad los maestros de vocación, impregnando la paz y “salvando las vidas; nosotros haremos un día mejor: sólo tú y yo”, dice nuestra canción.
Para todo esto es muy importante conocer el desarrollo del niño, para responder a sus necesidades evolutivas de cada etapa, y desde el ambiente y como adulto preparado, sembremos semillas positivas de respeto, de no invadir el espacio del otro con agresividad. Recordemos que los niños de hoy serán los hombres y mujeres del mañana: responsables de sí mismos, quizá de una familia, y… ¿quién sabe?… quizá responsables de un país.
Espero que disfruten de esa canción, y verdaderamente volvamos a nuestra infancia. Seamos como niños que no saben qué es la guerra y sus lamentables consecuencias: Nosotros somos los únicos que hacemos que resplandezca el día, y haremos un día mejor, nosotros somos estos niños “we are the children”.
Que seamos parte de este mundo que necesita la esperanza. Porque ya “llega el momento cuando obtenemos el llamado que el mundo debe unirse como uno, existen personas muriendo, es hora de darle una mano a la vida: el regalo más grande de todos. Nosotros somos el mundo, “We are the world”.
Disfruten de esa maravillosa canción llena de contenido y emociones, que cumple ya 35 años, y sigue fresca y actual como si fuera escrita para nosotros el día de hoy. “We are the world, we are the children”.
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