Jorge Zepeda Patterson
López Obrador entiende que su relevo buscará consolidar la transformación, en el mejor de los casos, pero que difícilmente podrá profundizarla.
Hace unos días el presidente Andrés Manuel López Obrador vislumbró el probable corrimiento hacia el centro que habrá de tener su relevo en el Gobierno de la 4T. Señaló que, por obvias razones, en el siguiente sexenio quien recoja su estafeta dentro de Morena recurrirá menos a la polarización o a la confrontación. Hace una semana, en este espacio, abordé las razones e implicaciones de este muy probable escenario.
Sin embargo, hay una consecuencia que no se comentó: antes de ese esperado corrimiento hacia el centro, López Obrador intentará empujar las cosas en la dirección opuesta durante el tiempo que le queda en Palacio Nacional. Las razones para esta “radicalización” son esencialmente prácticas.
López Obrador asume, con toda lógica, que Claudia Sheinbaum o Marcelo Ebrard, o quien le suceda, será un presidente con menos fuerza de la que él tiene. Por razones complejas, pero ampliamente conocidas, el carisma, la popularidad, el liderazgo sobre el movimiento, la astucia política es intransferibles. La capacidad para negociar, contrarrestar y en ocasiones imponerse a gobernadores, cúpula empresarial, líderes sindicales, generales, Poder Legislativo, medios de comunicación e, incluso, a Washington serán menores.
Bajo esta premisa, López Obrador entiende que su relevo buscará consolidar la transformación, en el mejor de los casos, pero que difícilmente podrá profundizarla. Hay el riesgo, incluso, de que los poderes fácticos recuperen terreno en algunos ámbitos. Y no por entreguismo de quien reciba su estafeta, sino por una correlación de fuerzas menos favorable.
De allí su prisa por dejar todo lo más adelantado y amarrado posible. Él sabe que Morena tiene prácticamente garantizado otro sexenio en el poder y que a partir del 1 de octubre del próximo año su delfín estará sentado en la silla presidencial. Pero prefiere operar como si no fuera a suceder así. Y no me parece que lo haga porque anticipe una traición y mucho menos porque crea que se perderán los comicios presidenciales, sino porque asume que lo que no se haga en el último año será mucho más complicado después.
En ese sentido, prefiere librar las principales batallas ahora que compite en terreno elevado y dejar a su relevo en las mejores condiciones posibles. Él tiene la popularidad y el control político necesarios para atreverse a impulsar cambios polémicos (y en ocasiones ni siquiera él los ha logrado), pero entiende que el sucesor no estará en el mismo caso.
O para ponerlo en términos geométricos, si López Obrador da por descontado que habrá un corrimiento hacia el centro a partir de 2024, hará lo necesario para correrse lo más posible hacia la izquierda para que el reflujo no desplace al movimiento demasiado al centro.
Lo anterior queda claramente ilustrado con el lanzamiento de lo que ha llamado su plan C, frente al descalabro de varias de sus reformas secundarias en la Suprema Corte al ser declaradas contrarias a la Constitución. Su plan consiste en ganar una mayoría calificada en las elecciones del verano y modificar la Constitución a partir del 1 de septiembre de 2024, cuando se instale el nuevo Congreso. Es un objetivo político entendible, más allá de que se coincida o no con los cambios que él busca con estas leyes.
Lo significativo es el resto de su planteamiento: en los 30 días que todavía él será Presidente enviaría iniciativas de ley para sacar adelante su propuesta. Y digo que es significativo porque bien podría dejar a su sucesor una mayoría constitucional suficiente para cambiar las leyes, pero entiende que lo que él no pueda hacer en ese mes, será mucho más difícil que Claudia o Marcelo lo consigan, incluso si cuentan con esas mayorías.
Esta actitud en cierta manera reconoce el error cometido por Carlos Salinas de Gortari al entregar la estafeta a su sucesor en 1994. También Salinas quiso instalar un periodo transexenal para imponer su modelo pero, a mi juicio y entre otras cosas, lo traicionó el ego. Los especialistas habían mostrado claramente que el peso estaba sobrevalorado y se hacía necesaria una devaluación.
Salinas tendría que haberla realizado todavía en control del poder, cuando tenía elementos para matizar los efectos. Pero prefirió no cargar con la abolladura que toda depreciación entraña y se la dejó al siguiente. Le estalló a Ernesto Zedillo apenas a tres semanas de haber entrado a Los Pinos con efectos mucho más nocivos. Y entre dimes y diretes, como es sabido, la relación de ambos se fracturó para siempre.
Consciente de este riesgo, me parece que López Obrador está dispuesto a echarse sobre los hombros el resto de la obra negra de la construcción de la 4T, obra negra que nunca es tersa, limpia o agradable.
¿Qué significa? El desahogo en los próximos meses de toda iniciativa controvertida, de actos de ley y modificaciones jurídicas que hagan irreversibles los grandes proyectos que él ha iniciado, consolidación en Ejército y Marina de todo aquello que pudiera ser arrebatado, presiones y reacomodos con empresarios y otros actores de poder, debilitamiento de organismos paralelos que pudieran neutralizar o paralizar al futuro gobierno, estatización de bienes estratégicos.
En los periodos legislativos que quedan se lanzará una batería de leyes secundarias aún a riesgo de ser declaradas anticonstitucionales, bajo el principio de que no siempre se perderán los ocho votos que sus adversarios requieren en la Corte o como ejercicio de lo que luego se reenviará con un Congreso más afín (en caso de que lo consigan, claro).
Lejos de atenuarse, la polarización o politización como AMLO la llama, muy probablemente se acentuará. No sólo porque es muy eficaz en los tiempos electorales que se avecinan, sino porque el Presidente sabe que a partir del otoño del año próximo ya no será el recurso político que hasta ahora ha sido.
En suma, en su último año, López Obrador lejos de bajar alerones para aterrizar y terminar su periodo, como suelen hacer los presidentes, intensificará la velocidad. Una sinfonía que terminará a tambor batiente. Justo porque no va a gobernar desde la sombra una vez que deje el poder, querrá gobernar con toda la fuerza hasta el último instante. Será un año de empellones, jaloneos y conquistas con la vehemencia de quien sabe que no estará presente cuando el invierno se acerque y el adversario contra ataque. (El País).
Usuario de Jorge Zepeda en Twitter: @ jorgezepedap
Más historias
GOBIERNO AMORAL: 25 NOVIEMBRE 2024
GOBIERNO AMORAL: 24 NOVIEMBRE 2024
PARA QUE LE VAYAN MIDIENDO Y PENSANDO