Catón
Don Gerolano, señor septuagenario, dejó estupefacta y boquiabierta a su mujer cuando salió del sótano completamente en cueros y luciendo con ufanía y orgullo una magnífica erección propia de un mancebo de 20 años. Antes de que la atónita señora pudieras pronunciar palabra le dijo don Gerolano: “Anda, búrlate ahora de mis estúpidos experimentos”… Tetina Pompardier, vedette de moda, le dijo al necio cortejador que la asediaba: “No puedo salir contigo. Si lo hago puede subir el dólar”. El impertinente tipo se retiró llenó de confusión, y una compañera de Tetina le preguntó a ella, intrigada: “¿Qué tiene qué ver eso con la cotización del dólar?”. Respondió la Pompardier: “Cualquier pretexto es bueno para deshacerte de un pendejo con el que no quieres salir”… ¡Vaya palmetazo el que le propinó a Mejía Berdeja su antiguo protector, tutor, promotor, desarrollador y amo y señor Andrés Manuel López Obrador! El réspice, varapalo o repasata que el caudillo asestó a su exsubsecretario lo invalida y saca sin más de la contienda por la gubernatura del Estado de Coahuila. Demudado se vio al candidato del PT en la supuesta aclaración que hizo a la ríspida amonestación de AMLO, quien le exigió no usar su nombre o su figura para obtener votos en el proceso electoral. Atribulado, humilde, apesarado, Verdeja reiteró su aprecio y respeto al soberano, de quien ni siquiera se despidió cuando, emberrenchinado por no haber obtenido la candidatura de Morena para el Gobierno de la entidad norteña, abandonó el cargo que el Presidente le había conferido y se lanzó a una aventura basada en el despecho cuyo final, desde entonces previsible, es ahora más fácil de augurar. Lo sucedido viene a fortalecer mi convicción: un voto por Morena o por el PT es un voto contra Coahuila. Anunció Mejía Verdeja en su declaración exculpatoria que llevará a cabo cierres de campaña en el norte del Estado, en la región carbonífera, en el sector sureste y en Torreón. No se moleste en hacer tales cierres. Su campaña está cerrada ya… Don Trisagio partió de este mundo el día que cumplió 103 años de edad. Nomen omen, decían los filósofos romanos. En el nombre está el destino. Don Trisagio, según su apelativo indica, fue siempre hombre dado a devociones y actos de piedad. Su religiosidad era sincera; no pertenecía a la especie de esos creyentes farisaicos que, dice el proverbio popular, se dan golpes de pecho nomás cuando se atragantan, o sea que invocan el nombre del Señor sólo en los momentos de apuro. Él oía dos misas diarias; iba al rosario por la tarde y a la hora santa en la noche. Con frecuencia acudía a retiros espirituales, y era hermano de varias cofradías, Así pues, se fue al cielo con todo y zapatos, como antes se decía de las personas buenas. San Pedro lo recibió en las perlinas puertas, y lo sometió al interrogatorio que prescribía el protocolo. “¿Fuiste adicto a los vinos y licores?”. Contestó don Trisagio: “Jamás probé una gota de licor”. Le preguntó el apóstol: “¿Gozaste desordenadamente los placeres de la mesa?”. Respondió él: “Jamás incurrí en gula. Por economía comí sólo menestras secas e insípidas papillas”. Inquirió el portero celestial: “¿Te gustaron las voluptuosidades de la carne, los deleites que ofrece al hombre la pasta femenina?”. “Vade retro Satana! —profirió don Trisagio—. Jamás tuve trato con mujer. Siempre fui casto y honesto. Para alejar esa mala tentación usaba cilicio”. Dijo entonces San Pedro lleno de extrañeza: “Tomando en cuenta todo lo anterior explícame algo que realmente no entiendo: ¿por qué chingaos tardaste tanto en llegar aquí?”. FIN.
Tren Maya
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Armando Fuentes Aguirre
Dime, Terry: ¿qué tienen ustedes los perros en contra de los gatos?
Sé que los gatos son fieras que fingen estar domesticadas, y sé también que son más inteligentes que tú y yo, pero no entiendo por qué entre perros y gatos ha habido siempre enemistad inconciliable.
La primera vez que viste un gato te lanzaste contra él igual que si hubieras visto al espíritu maligno. Se subió a un árbol tu enemigo, y desde arriba te veía, displicente, igual que a un inferior. Volviste la mirada a mí como diciéndome: “¿Y ahora qué hago?”.
Quisiera hacerte una pregunta, Terry, amado perro mío, ahora que estás ahí donde todas las respuestas se conocen. Quisiera preguntarte por qué los gatos y los perros andan siempre como perros y gatos.
No te hago la pregunta.
¿Sabes por qué?
Porque temo que me respondas:
—Más bien dime tú por qué ustedes los humanos andan siempre como perros y gatos.
¡Hasta mañana!…
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