Luis Rubio
Tres verdades son indiscutibles: el presidente López Obrador es irrepetible; las finanzas públicas son más vulnerables de lo que parecen; y la elección del próximo presidente de México tendrá que ser necesariamente el inicio de una gran negociación para construir un nuevo futuro.
Gane quien gane, hombre o mujer, de cualquier partido, el país se encontrará en una situación mucho más delicada y precaria de lo que parecería hoy.
La mezcla de factores estructurales y coyunturas evocará la imperiosa necesidad de movilizar la voluntad de grupos, partidos políticos y ciudadanos que hoy se encuentran en distintos lados del cerco —las diferencias reales y las artificialmente impulsadas por el actual Gobierno— que hoy dividir a la población.
También hay otras cosas que son evidentes y que no ameritan mayor discusión: el Movimiento Regeneración Nacional (partido Morena) ha iniciado un proceso abierto para la postulación de su candidato; la oposición empieza a mostrar músculo; y la ley electoral resulta más flexible, y a la vez más compleja, de lo que muchos suponían.
Cada uno de los tres elementos pisa los talones de su propia racionalidad y generará resultados que afectarán a los otros dos. Lo que hace unas semanas parecía ser un proceso unidireccional dentro de Morena ha dejado de ser obvio, mientras que el potencial para una carrera verdaderamente competitiva se vuelve cada vez más real.
A pesar de los incentivos que llevan a los partidos de oposición a no entretenerse en competir por el poder sino en buscar dineros federales (como siempre lo han hecho el Partido del Trabajo (PT) o el Partido Verde Ecológico de México (PVEM), la realidad los está encarrilando y obligando para desarrollar una estrategia competitiva.
En cuanto a la legislación electoral, existen dos perspectivas contrapuestas: por un lado, las autoridades electorales (el Instituto Nacional Electoral [INE] y el Tribunal Electoral); y, por otro, los ingresos que perciban los partidos políticos en función de su desempeño en la elección anterior.
La aplicación de la ley ha resultado ser más flexible de lo que parecía: el contraste entre la severidad de la forma del anterior directorio del INE y la volubilidad del actual es evidente.
Es posible que la ley permita esa maleabilidad, pero resulta irónico que sea la corriente ideológica que representa Morena —principal fuente de restricciones en materia electoral a partir de la década de los 90’s— la que muestre una voluntad tan flagrante de violar al menos la espíritu de ley, ahora con el respaldo formal del INE.
Por otro lado, sí tiene razón el Presidente en que hay cosas en esa misma legislación que deberían cambiarse, aunque no necesariamente las que él exige, que son incompatibles con un régimen democrático.
La falta de dinamismo de los partidos de oposición sugiere que, cuando las condiciones sean menos contenciosas, se debe iniciar una discusión sobre los privilegios que la reforma electoral de 1996 otorgó a los tres partidos principales, que se han convertido en empresas comerciales de facto en lugar de instituciones dedicadas a la agregación de intereses ciudadanos por la búsqueda del poder.
En blanco y negro, el próximo Gobierno, venga de donde venga, encontrará las arcas vacías, con un presupuesto totalmente distorsionado (dedicado a clientelas a costa de la salud, la educación y la inversión pública) y ante un escenario de polarización que no le dará mucha holgura.
Sus circunstancias serán más fáciles o más difíciles dependiendo de cuál sea el resultado de la elección en sí: qué tan cerca estuvo de ganar y cómo terminó la composición del Poder Legislativo. Ahí es donde se condensarán los problemas estructurales, las circunstancias coyunturales y los ánimos de los responsables. La oportunidad de construir un nuevo futuro será enorme.
Vuelvo al principio: el Presidente es irrepetible. Aunque triunfara su candidato preferido, nadie en el panorama nacional tiene la historia, la presencia o la habilidad de AMLO. Su personalidad ha logrado no sólo dominar la vida política mexicana, sino también evitar que la realidad cotidiana, la que afecta a la ciudadanía, adquiera relevancia entre la población, algo sin precedentes.
Su sucesor no gozará de esas circunstancias, por lo que será necesario procurar un método que permita gobernar y que el país encuentre una nueva base para un futuro mejor.
Las finanzas públicas lucen bien, pero su fragilidad es inmensa, sobre todo por la desaparición de los fondos de contingencia, lo que genera un panorama mucho más incierto que aparente.
Nadie puede predecir lo que deparará el futuro ni el momento en que confluirán los factores que faciliten o dificulten la función de gobernar. Ese será el momento en que se presente la gran oportunidad, pero sólo si quien gane tiene una visión de trascendencia y desarrollo y si el resto del mundo político y la ciudadanía demuestran que pueden estar a la altura de las circunstancias.
Mucho de lo que habrá que negociar puede llegar a ser unos puntos porcentuales de esto o aquello (impuestos, por ejemplo), pero el momento también permitirá sentar las bases de un novedoso arreglo político que transformará un Gobierno dedicado al control en uno volcados al desarrollo y al bienestar, y convertir al sistema político en un ámbito de competencia respetuosa entre una sociedad que dispone de medios para estar bien y verazmente informada.
Algunos recordarán que los Pactos de la Moncloa de 1977 que engendraron la democracia española fueron sobre salarios y precios, pero lograron mucho más. Sí, es posible.
@lrubiof
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