Jesús Zambrano (*)
El resurgimiento de la oposición frente al Gobierno obradorista, ha renovado ánimos ciudadanos porque la sociedad se siente y se sabe parte de un proceso inédito para la integración de los poderes públicos nacionales.
La noticia de la continuación de la coalición “Va por México”, redimensionada por ir de la mano de las organizaciones de la sociedad civil, aunada al anuncio de un método de “consulta ciudadana” el próximo 3 de septiembre en miles de urnas en el país, ha significado que los partidos políticos se han abierto a que la ciudadanía —afiliada o no a esas organizaciones— decida a quién quiere llevar como responsable del Frente Amplio por México y, en su momento, a la candidatura presidencial.
Ese anuncio modificó el escenario nacional, cambió las coordenadas políticas, ante una narrativa dominante en el sentido de que “no había oposición” y que sólo cabía esperar a ver cuál de “las corcholatas” sucedería al actual Presidente.
Todo eso cambió porque, a la par de que se inició este proceso democrático, fuera del control de los partidos, se dio la irrupción del llamado “fenómeno Xóchitl”, catapultado por las torpezas de López Obrador, quien ha violentado a la senadora, repitiendo el episodio que tanto criticó en el 2006 del “ya cállate chachalaca” (lo que muy bien recreó hace años en un recomendable folleto Pablo Majluf).
La conversación pública cambió. El ánimo social se modificó en favor de la oposición. Ésta empezó a ser vista como contrincante real de cara al 2024.
Y aunque estamos en el inicio de una aventura democrática que modificó el esquema electivo de las candidaturas del PAN y el PRI, Xóchitl aparece como un interesante fenómeno al que deberán estar atentas las direcciones partidistas, sin demérito de las aspiraciones de las muy valiosas y respetables mujeres y hombres, con estatura de personas de Estado, que se han inscrito en este proceso.
Lo cierto, es que la oposición súbitamente se colocó en la disputa real por el Gobierno, y tiene varios días dominando la agenda nacional.
Esto ha enloquecido al dueño del megáfono presidencial, quien se ha lanzado con todo contra sus opositores para manipular a su feligresía, a los beneficiarios de los programas sociales, a “los ciegos con ojos, los mudos con lengua, que nunca han tenido el poder de decidir”, como diría el escritor cubano Leonardo Padura (muy crítico de la realidad de ese país).
“Quieren el regreso al régimen de privilegios”, acusan a opositores AMLO y sus “corcholatas”.
¿Acaso regresar las Estancias Infantiles, las Escuelas de Tiempo Completo, el Seguro Popular, las medicinas y tratamientos a niñas y niños con cáncer, la atención de enfermedades costosas, los apoyos a los productores del campo, contar con seguridad, el verdadero combate a la corrupción… es regresar al “régimen de privilegios”?
Pero mientras ese discurso presidencial se despliega, atizando contra “la corrupción de gobiernos anteriores”, las inefables “corcholatas” derrochan —desvergonzadamente— centenares de millones de pesos en espectaculares, bardas y pósters, cobijadas por el jefe de la delincuencia electoral, el Presidente, quien acentúa alianzas con el crimen organizado para ganar elecciones; lo cual no deja lugar a dudas de que “cuando el poder es cruel, las mezquindades humanas están de fiesta”, como diría el mismo Padura (“Personas decentes”).
Todo eso revela que Palacio Nacional se ha convertido en un manicomio nacional del cual, su director (el “jefe de la Rebelión en La Granja”, diría Orwell) es el propio Andrés Manuel, convertido en lo contrario de lo que él mismo quiso protagonizar: El héroe de una pretendida “cuarta transformación”.
Confirma, así, lo que Carlos Marx decía: que los grandes acontecimientos se presentan en la historia una vez como tragedia y otra como comedia. Sólo que ahora aparece como tragicomedia.
(*) Presidente nacional del PRD.
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