Luis Rubio
El buen zar es un mito. En la historia hay presidentes buenos y presidentes malos, circunstancia inevitable de la naturaleza humana y de la compleja realidad. Lo que es inaceptable es someter a la población a la posibilidad de que su presidente sea bueno. La esencia de la democracia no reside en la libre elección de sus gobernadores, por crucial que sea ese paso inicial, sino en la capacidad de limitar el daño que un mal gobernante puede infligir a la ciudadanía y al país.
Bueno o malo, el gobernante siempre es propenso a la tiranía. Voltaire habló de la tiranía benevolente como la solución para el Gobierno de una nación, pero él mismo controló esa noción: “El mejor Gobierno es una tiranía benévola atenuada por el asesinato ocasional”.
Depender de la bondad de un gobernante implica que algunos no serán buenos, por lo que el bienestar de la nación siempre estará sujeto a idas y venidas y altibajos, como los que han caracterizado a México durante demasiado tiempo.
Es mucho mejor desarrollar contrapesos efectivos que permitan, antes que nada, delimitar el daño que se le puede hacer a un mal gobernante, y en segundo lugar, impedir que el mal gobernante intente imponer a otro gobernante de su misma calaña como su sucesor.
En su sentido más fundamental, la democracia es trascendente porque protege a la ciudadanía del abuso del gobernante al montar mecanismos de contrapeso que limiten el daño que uno malo puede causar.
De acuerdo con esto, como escribió el filósofo Karl Popper, la pregunta relevante respecto de la democracia debe ser la siguiente: “¿Cómo se debe constituir el Estado de manera que se pueda eliminar a los malos gobernantes sin derramamiento de sangre y sin violencia?”.
El Gobierno que está a punto de finalizar su mandato, ha elogiado su extraordinaria capacidad para desmantelar uno tras otro los mecanismos constituidos en décadas anteriores para cercar el poder presidencial y cuyo propósito era conferir certidumbre a la ciudadanía.
Algunos han aplaudido esas medidas porque percibieron en la existencia de contrapesos una fuente de obstáculos para el ejercicio del poder presidencial. Y, por supuesto, cuando los mecanismos forjados para actuar como contrapeso se convirtieron en absolutos escollos e impedimentos (un poco como sucedió con las dos administraciones panistas), fracasaron en su propósito.
Pero la otra cara de la moneda, la más frecuente en la historia de México y la que ha caracterizado al Gobierno actual, es más perniciosa. El extremo de este último ha sido un Congreso que se concibe a sí mismo como un instrumento del Presidente en lugar de actuar como un mecanismo de equilibrio no para impedir, sino para construir las herramientas —como las leyes— para el desarrollo del país.
Cuando el Presidente ordena al Congreso aprobar un proyecto de ley (o que “no se cambie ni una coma del mismo”), queda clara la manera de entender no sólo la gobernancia, sino también la democracia: como mero escaparate de la retórica, pero no para el funcionamiento cotidiano de la tarea gubernamental.
El fenómeno no se limita a la relación Poder Ejecutivo-Congreso. Lo mismo ocurre en la relación entre el Presidente y los gobernadores, llegando al extremo de exigirles la renuncia a sus poderes o correr el riesgo de ser procesados penalmente.
Cuando es competencia del Presidente la facultad (de facto o de jure) de iniciar (o detener) procesos penales contra sus enemigos, la democracia y el Estado de Derecho terminarían siendo inexistentes. Comienzan así las dictaduras y las tiranías, y por eso precisamente es fundamental no debilitar el Poder Judicial.
El Gobierno mexicano saliente se ha distinguido por su postura contradictoria respecto de los demás poderes del Estado. Por un lado, la democracia aplaude cuando gana su candidato o cuando se aprueba su proyecto de ley, pero, por otro, reprende a la Corte Suprema por su falta de democracia.
En la concepción del diseño de separación de poderes de Montesquieu, los tres poderes del Gobierno funcionarían como contrapeso entre sí: algunos serían elegidos, otros nominados. De esta manera, mientras el Presidente y los miembros de la legislatura son elegidos mediante el voto ciudadano, los magistrados de la Corte Suprema son propuestos por el Poder Ejecutivo pero son votados por el Poder Legislativo.
No existe un sistema perfecto de Gobierno; pese a ello, como afirmó Churchill, la democracia es la menos imperfecta de las intentadas hasta ahora. Pero la democracia sólo funciona cuando hay estructuras institucionales que la anclan y una ciudadanía que hace suya la responsabilidad de insistir en que el Gobierno cumpla la ley y que haga que ésta se cumpla.
No hay manera de garantizar que un Gobierno será bueno o que el gobernante será benigno, y por eso es indispensable que haya contrapesos que garanticen que un mal gobernante no estará a la altura de sus viejos trucos.
La Presidencia mexicana es tan poderosa (sobre todo para quienes saben utilizar todos los instrumentos a su disposición), que el potencial de abuso es inmenso, de lo que los mexicanos hemos sido testigos en los últimos tiempos. Por lo tanto, no existe —por lo tanto es un mito— la noción de un “buen” zar.
Quien gane la Presidencia en 2024 se encontrará con una situación fiscal calamitosa que raya en el caos y una población que espera —la eterna esperanza— un mejor Gobierno.
Si en lugar de pretender ser una buena zarina la nueva gobernante se dedica a construir contrapesos efectivos, México avanzará sin freno.
www.mexicoevalua.org
@lrubiof
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