Catón
El marido acompañó a su esposa a la clínica de inseminación artificial. Como tardaba en salir abrió la puerta de la sala donde el procedimiento se llevaba a cabo, y lo que vio lo hizo decir: “Perdóneme, doctor, pero ese modo de inseminación no me parece nada artificial”… Noche de bodas. El novio, solemne y orgulloso al mismo tiempo, le manifestó a su desposada: “Soy casto. Soy honesto. Jamás he tenido trato con mujer. Conservé mi virginidad para ofrendártela esta noche como la más hermosa prueba de mi amor”. Exclamó ella con desabrido acento: “¡Joder! ¡Otro principiante!”… Junto con López Obrador llegó a la Presidencia una huéspeda indeseable: la ignorancia. Traía consigo a sus dos hijos: la intolerancia y el fanatismo. De ahí la permanente hostilidad que AMLO ha mostrado a las instituciones de cultura —la UNAM, el desaparecido Conacyt, la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, lo mismo que a los intelectuales y académicos independientes. El saber de López abarca todo el abecedario, desde la a hasta la be. Es hombre de letras, pero de letras vencidas, pues las pocas que tiene pertenecen al pasado al que él mismo pertenece: el de la vieja época de la dominación priísta. Mira a la FIL de Guadalajara con el mismo recelo y temor con que la madre de un cangurito vería una reunión de carteristas. ¿Por qué no va a la FIL el caudillo de la 4T? El motivo no reside en que esa fiesta del libro sea un cónclave de derechistas, según ha afirmado en modo mentiroso. De hecho, la mayoría de quienes en ella participa se identifican principalmente con la izquierda. AMLO no va a la FIL por la misma razón por la que ya no viaja en aviones de líneas comerciales: porque sabe que ahí sería abucheado, pues sus ataques a la Feria y a su fundador son de sobra conocidos. El presidente (con minúscula, por favor; la más minúscula minúscula que en el catálogo de la tipografía pueda hallarse), el presidente, digo, va del brazo con la más ignorante de las ignorancias, y ella le dicta al oído las sinrazones y dislates con que cada mañana llena sus comparecencias, y le inspira sus fobias y aversiones, sus incesantes diatribas contra todo lo que no signifique rendimiento y sumisión a su persona y sus consignas. No incurrirá en falso testimonio quien diga que López Obrador es un hombre inculto. Por desgracia es un hombre inculto con poder y —peor aún— con iniciativa. De ahí las aberrantes obras que ha emprendido; su lamentable política exterior; sus anacrónicos desplantes, objeto de irrisión en el todavía existente concierto de las naciones civilizadas. AMLO representa lo que bien podría llamarse despotismo no ilustrado. Por eso se lanza contra la FIL, que privilegia todo lo que él no tiene: el saber; la tolerancia; el respeto a los valores de la libertad individual, la democracia, la justicia, y, sobre todo, la búsqueda de la verdad. Y si se habla de verdad, si de verdad se habla, habrá que decir que no sonarían mal en labios de López Obrador aquellas rabiosas palabras de plena inspiración fascista: “¡Muera la inteligencia!”. Procuraré ahora aliviar con una jocosidad inane, innocua y fútil la pesadumbre de la anterior catilinaria. Después de más de un año de ausencia la tropa llegó al pueblo donde vivía el soldado Milesio. Le pidió a su sargento dos horas de permiso para ir a su casa a ver a su mujer. (A la del soldado Milesio, no a la del sargento). Éste dio su autorización. Sucedió, sin embargo, que Milesio tardó cuatro horas en regresar al cuartel. Explicó: “Cuando llegué a mi casa mi esposa estaba tomando un baño de tina. Tardé en volver porque tuve que esperar a que mi uniforme se secara”. FIN.
Mirador
Armando Fuentes Aguirre
Dice don Abundio el del Potrero que en estos tiempos hay que decir dos veces el nombre de las cosas para significar que son verdaderas: “Éste es café café”. Eso indica que no es café instantáneo, o sucedáneo de café. “Fulano es católico católico”. Se describe así a quien lo es plenamente, no de los que se dan golpes de pecho nomás cuando se atragantan.
En el Potrero las estaciones son lo que deben ser. Tenemos primavera primavera, verano verano, otoño otoño e invierno invierno. El cambio climático no ha encontrado a Ábrego en el mapa.
Con estos otoñales días de frío el invierno está anunciando: “Ahí vengo”. En la cocina de la vieja casa, don Abundio cuenta de su mujer:
—Ya le andaba por casarse. Una noche me dijo: “Si usté no me roba, yo me lo voy a robar a usté”.
Doña Rosa se amosca. Masculla con enojo:
—Viejo hablador.
Don Abundio figura con índice y pulgar el signo de la cruz, lo besa y jura:
—Por ésta.
¡Hasta mañana!…
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