Mariano Espinosa Rafful
A casi un mes de distancia nos hemos vuelto a sentar a leer y escribir, en esa constante inquietud por contar o narrar las cosas, hechos, realidades y sucesos que nos mueven el piso, la conciencia y la vida.
Ante el asombro de pocos, continúa la negación de quienes de ingenuos no tienen nada y ven con simplismo la fatalidad de este México cada vez más abierto de sus venas, golpeado por la muerte de tantos ciudadanos.
Se deja de hablar para que dejen de ser noticia los connacionales en la frontera con los Estados Unidos, y en el norte de la Ciudad de México somos testigos, mudos quizá, de cientos y cientos de centroamericanos expulsados de sus países por el hambre, la violencia y la nula oportunidad para salir adelante. Pequeños acompañan a sus padres, duermen en las calles enfrente de la Central Camionera del Norte, viviendo una desgracia de la humanidad.
Nuestro Gobierno, insensible ante estos hechos, no emite ningún pronunciamiento. Venezuela continúa racionando todo, Haití emigra en grandes cantidades y México no habla, no dice nada, enmudece.
Sus problemas son otros, o de otros; se construye una brecha cada amanecer, pecando de individualista y egoísta, indiferente ante la desdicha ajena, en un dejo de narcisismo o egocentrismo.
Este mundo globalizado está sediento de poder, con las notorias ambiciones de Putin en Rusia, que busca perpetuarse seis años más con su ya enmendada la Constitución, y de China que amaga con erigirse como potencia mundial, mientras Estados Unidos se divide nuevamente con la figura de un Trump desquiciado, loco.
Al calor de todo eso, en México se minimiza el fracaso en educación exhibido por la prueba PISA. Que es una prueba neoliberal, aluden las autoridades para no atender lo que en realidad deberían reforzar, pues el futuro está en la educación tecnológica para las mayorías, con el acompañamiento de una formación dual. Hacia allá se debe mirar puntualmente, pero el Gobierno prefiere eludir su compromiso con el futuro inmediato.
Llegó diciembre lleno de nostalgias y fríos, de calamidades y luces, de enormes contrastes en las divergencias entre el bien y el mal. Inicia la guerra de las declaraciones y las definiciones, en el umbral de un 2024 competido y de claroscuros, cuya resultante indicará si nos espera un futuro prometedor o sombrío.
Ninguno de los escenarios políticos brinda certezas, pero si queremos cambiar para mejorar, tenemos que coincidir todos en la mejor alternativa disponible, buscando reduzca y termine la creciente inseguridad, recurrente desde el año 2000, sin que se aprecia una salida a los desencantos que nos lleva atestiguar tantas muertes y caídos.
He vuelto a escribir porque tengo mucho que decir, en las notables libertades desde mi pensamiento, apoyado en ese constante aprendizaje de quienes están junto a mí estos meses de no fácil transitar. Retamos a los objetivos y logramos metas, pequeñas pero no distantes, que impactan en mi ánimo caído por las ausencias.
Estamos de vuelta en Siempre hay otros, y agradecemos a quienes nos convocaron para volver a ser parte de la lectura, en las redes sociales y en TRIBUNA de Campeche, este último mi mejor aliado con mi voz, mi pensamiento y mis momentos de inquietudes todas.
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