Catón
Don Omisio le hizo una extraña pregunta a su mujer, doña Frustracia: “¿Cuántos segundos tiene un mes?”. “¿Segundos? —respondió ella en tono de acrimonia—. Ya me conformaría yo con un solo primero”… Don Poseidón era severo padre de familia, riguroso genitor. Cuidaba sobre todo la virtud de Glafira, su única hija, tanto que la puso de interna en el Colegio de las Damas, atendido por monjas pertenecientes a la Orden de la Reverberación. Dichas sores administraban el colegio con un 50 por ciento de criterio místico y el otro 50 con criterio crematístico. El mundo impone condiciones que nadie puede evadir, ni siquiera quienes lo consideran enemigo del alma. Bien lo dice un proverbio popular: “El que en la iglesia canta de la iglesia yanta”. Pero advierto que me aparto del tema. Cuando terminó su educación en esa piadosa escuela Glafira sabía un centenar de jaculatorias, y conocía la vida de numerosos santos, algunos tan extraños como San Saturio, Santa Argéntea y San Ervedo, pero no estaba en aptitud de defenderse ante las asechanzas de la realidad. Eso explica lo que sucedió cierta mañana. Glafira leía el periódico en presencia de su padre. Le comentó muy interesada: “Aparece aquí una encuesta según la cual el 22 por ciento de las mujeres de mi edad son vírgenes, y el 78 ya no lo somos”. (¿Cómo se quedaría don Poseidón al oír eso? De nada sirvieron todas las colegiaturas que pagó, con cuyo monto, según hizo cálculos después, habría podido comprarse un caballo fino, 18 vacas Holstein, dos mulas quentoqueñas, un semental porcino Duroc, 100 gallinas Leghorn con un gallo para cada una —don Poseidón no gustaba de la promiscuidad— y un sombrero Stetson de cinco pores, o sea de los marcados con cinco X)… Lorenzo Rafail, gañán robusto, apuesto, le propuso a María Candelaria, la flor más bella del ejido: “Vamos atrás de los nopales, chula. Te juro que no te haré nada”. Replicó ella: “Si no me va a hacer nada ¿entonces a qué vamos?”… Una vez más el Peje se salió con la suya. En esta ocasión la suya se llama Lenia Batres. Sustituye como ministra de la Suprema Corte a quien también fue propiedad de López, el incondicional Zaldívar. Me cuesta trabajo darle a la nueva ministra el beneficio de la duda. Más me parece acreedora al maleficio de la deuda: debe su nombramiento al Presidente, y todo indica que será su instrumento, y que estará más atenta a cumplir la voluntad presidencial que la Constitución. Espero equivocarme: también Margarita Ríos-Farjat y Loretta Ortiz debieron sus nombramientos al caudillo, y aun así han mostrado independencia frente a él. Difícil se antoja que suceda lo mismo con la señora Batres, pero como dijo Cuco Sánchez, cantautor y filósofo: “Hay cosas imposibles que sin embargo suceden”… Don Algón, salaz señor de edad —lo que antes se llamaba “viejo verde”—, conoció a una linda chica, y quiso tener su teléfono. Le dijo: “¿Puedes darme tu número, preciosa?”. “Con gusto —respondió ella—. 5 mil”… Noche de bodas. El galán notó en su novia signos de inquietud. “Es tu primera vez —le dijo comprensivo—. Entiendo que estés nerviosa”. “Sí —confirmó ella—. Así me pongo siempre que es la primera vez”… Conocemos sobradamente a don Chinguetas. Es un marido desaprensivo e inconsciente. En charla con un amigo comentó: “Esta Navidad le tengo preparado a mi señora un regalo sorpresa”, “¿De veras? —se interesó el amigo. “Sí —confirmó don Chinguetas—. Realmente la sorprenderé. Ella espera un coche, y voy a regalarle una plancha”. (Nota. Mis cuatro lectores perdonarán el exabrupto, pero no puedo menos que hacer el siguiente comentario: cabrón). FIN.
Manganitas
AFA
“…Inauguran un tramo del Tren Maya…”.
Según las cosas se ven
—algunos lo dice ya—
la obra se terminará.
en el año 2100.
Mirador
Armando Fuentes Aguirre
Hoy es el primer día de posadas.
Entrañable tradición es Esa, mexicana de corazón y de alma. En ella estoy, de niño, ansioso por ver terminado el rosario que rezaba mi abuela Liberata, pues nos esperaba la piñata de siete picos —cada uno representaba un pecado capital—, que al quebrarse dejaba caer como premio por haber acabado con el mal una cascada de golosinas con naranjas, cacahuates y dulcísimos trozos de caña de azúcar.
Estos sabrosos dulces se llaman colaciones. Son de colores: rojos, azules, verdes amarillos. Los he recogido del suelo, codicioso, y los aprieto en mis manos. Cuando las abro se me han pintado con los colores de los dulces. Las palmas de mis manos son ahora amarillas, verdes, azules, rojas. Las ve Juanita, la muchacha que sirve en la casa, y sonríe levemente. Viste de negro: hace un mes se le murió de difteria su hijito de año y medio.
Ahora vamos a cenar tamales y buñuelos. Todos estamos felices. Juanita trae los platos, y con la manga del vestido se enjuga las lágrimas que se le escapan. Sería una pena que cayeran en la comida.
¡Hasta mañana!…
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