Martín Vivanco (*)
Ser candidata o candidato presidencial no es poca cosa. Es, ante todo, un privilegio. Se tiene la oportunidad de consolidar un verdadero liderazgo nacional, conociendo de cabo a rabo el país y a su gente. Se vive una experiencia única para acceder al pináculo del poder político. Un poder que nada tiene de ingenuo ni de pacífico. Por eso, quienes aspiren deben tener clarísimo algo: ¿para qué lo hacen?, es decir, ¿para qué quieren ser presidentas o presidentes de este país?
No tener claro la respuesta es señal de una campaña desastrosa, desorientada o, peor aún, de un mal gobierno. El camino al poder se pavimenta de seguridad en uno mismo y eso precisa de saber qué se quiere hacer, cómo se hará y por qué se hace. Con esto en mente, el escenario mexicano no pinta nada bien.
Claudia Sheinbaum no tiene una respuesta original, sino heredada. Haberse ceñido con disciplina espartana al guión obradorista, si bien hasta ahora le ha redituado en las encuestas, le ha costado en términos de singularidad. Seguimos sin saber bien quién es Claudia. Ante la pregunta expresa de por qué desea ser presidenta, responde lo que ya sabemos: para continuar con el proyecto de la transformación, con “el segundo piso”.
¿Sabemos qué significa eso? Pues sí: es más de lo mismo. Pero lo que no sabemos es qué sello le podría imprimir Sheinbaum, qué la mueve realmente, y —fuera de lo pragmático— por qué quiere seguir con la 4T. Su trabajo en la CdMx podría dar algunas pistas, pero gobernar México requiere de ideas de otra índole; para empezar: de cierta noción del mundo.
El caso más alarmante es el de Xóchitl. La precandidata del Frente (o de como se llame ahorita) no ha logrado articular una respuesta pública a la pregunta de por qué quiere gobernar. Tengo la impresión de que la candidatura de Gálvez transita en una especie de bruma permanente. No hay claridad en nada. Su mensaje salta de un contenido a otro: del mérito al rechazo hacia el Presidente, de su historia personal a sus ocurrencias coyunturales.
No logra comunicar siquiera el esbozo de un proyecto de país. A pesar de que en las precampañas no se pueden esgrimir propuestas (está prohibido por la ley) sí hay manera de trazar las líneas generales de lo que se quiere lograr y ella no lo ha logrado. Un día le preguntaron a David Cameron que por qué quería ser primer ministro de Inglaterra y contestó: porque pienso que sería bueno en ello (because I think i’d be good at it), una respuesta que denotó a un político sin un ideario y con un claro dejo meritocrático. A Gálvez le está pasando lo mismo.
Se me puede rebatir que ambas precandidatas sí han dado a conocer políticas públicas específicas que implementarían, pero no me refiero a eso, sino a algo más profundo y abarcante. Las memorias de Charles De Gaulle inician con una frase célebre: “siempre tuve una cierta idea de Francia”.[1] A esto me refiero. Una batería de políticas públicas no dibuja la idea de un país. La grandeza de Francia —la idea— para El General era “una cualidad mística que significaba éxito material combinado con la preeminencia de moral y cultura”. Y su tarea “era reclamar la grandeza de Francia”.[2] Todas las acciones que hizo De Gaulle se ajustaron a esos objetivos y por eso pasó a la historia.
Eso es lo que brilla por su ausencia en la actual contienda. No hay una idea de país en el horizonte de ninguna de las precandidatas. Xóchitl se ha quedado atrapada en la parte del “éxito material” y Claudia en los prejuicios del actual inquilino de Palacio Nacional. Un amigo me decía cómo se le marchitaba el alma al ver reducida la relación bilateral con EU, a meros discursos de “nearshoring” (así, en inglés). México es mucho más que eso —cultural y moralmente— y el próximo sexenio traerá retos gigantescos, para empezar: ¿cómo lidiar con el probable regreso de Trump y el nuevo orden mundial que despunta a partir de los conflictos en Oriente Medio y Ucrania? A la fecha, que yo sepa, ninguna de ellas ha dicho nada al respecto.
Se ha instalado tanto la máxima de que las contiendas no se ganan con ideas, sino con simpatías y antipatías, que los “estrategas” de campaña no se ocupan de estas “naderías”. Pero la idea es equivocada. La gente quiere una líder o un líder (todavía falta una candidatura por definirse) que los convoque a transformar la realidad y para ello se necesita una idea del país, de su país. Sin esa idea, nunca podrán tener claro para qué quieren ser presidentas o presidentes.
X: @MartinVivanco
*Abogado y analista político.
[1] De Gaulle, Charles, Memorias, La Esfera de los Libros, 2005.
[2] Kissinger, Henry, Leadership. Six Studies in World Strategy, Penguin Press, 2022, p. 60.
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