Una inmensa frustración sentimental marcó para siempre la vida de la Tía Rata, narra a su selecto auditorio bajo un árbol de ceibo, don Julián, un viejo habitante del reino de la Culebra y la Serpiente, que trabajó como sirviente durante más de 60 años en la Casa Blanca del Sátrapa Negro y conoció de cerca muchas de sus desventuras.
Se sirve en su vaso horchatero un chorro de ron, y así en seco se lo bebe con tal de afinar la garganta para disponerse a contar una de las trágicas historias de amor, que al estilo de los Capuleto y los Montesco, protagonizó la senecta de Palacio.
—“Todo el rencor que irradia, ese afán vengativo, su odio a los demás, su eterna frustración, obedece a la falta de amor, cariño, afecto…”, añade el viejo sirviente, mientras mira de reojo hacia todos lados para verificar si no hay en las cercanías algún grupo de soldados que pudiera arrestarlo por atreverse a narrar situaciones poco conocidas.
Rememora que la hija consentida del Sátrapa Negro siempre tuvo serios conflictos personales. No era sociable, vivía retraída y sumergida en sus propios pensamientos, y pensó que estudiando psicología podría hallar alguna cura para sus males internos. Los males del corazón. Esos que hieren el alma, trazan el camino y aportan luz u oscuridad. Al final se sabría que no obtuvo nada que la reivindicara con la vida.
Durante sus años de estudio en una universidad del altiplano, conoció a un joven de quien, como la Julieta de Shakespeare, quedó prendida y enamorada e intentó iniciar una relación, pero su carácter explosivo, agrio, inseguro y tóxico alejó a su Romeo, originario del reino de Chiapas, quien decidió hacer su vida lo más distante posible de la heredera del cacique negro.
Desconsolada, frustrada y amargada, la niña fifí optó por refugiarse en otros brazos y contraer matrimonio con un prospecto que le encontró su papá, a fin de conservar su estatus social. “El amor llega después”, le dijeron mientras le mostraban parte de la dote que recibiría luego de firmar el acta matrimonial.
Como era de esperarse, el matrimonio fue pasajero. Si bien obedeció la orden de dejarle tres herederos más al viejo Sátrapa Negro.
Fue por esos años cuando la hija de papi inició su carrera política. Le consiguieron una curul en la Cámara Nacional de Representantes del Pueblo Ultrajado y bajo ese pretexto, dedicarse de lleno a su carrera política, pidió y obtuvo el divorcio, logrando además una jugosa pensión.
La vida le tenía preparada una sorpresa a la hija del cacique, pues entre los integrantes de la Cámara Nacional de Representantes del Pueblo Ultrajado se encontraba también su Romeo de antaño. Su primera ilusión, su obsesión amorosa.
Había sin embargo un gran problema. Su Romeo ideal estaba felizmente casado con la hija de una de las familias más ricas de su reino natal, y no había en su horizonte mental ningún plan para separarse de ella e iniciar una relación con la tóxica e insegura hija del Sátrapa tropical.
Pero algo se podía obtener. Ella se propuso recurrir a todo —lo posible y lo casi imposible— para satisfacer su loca obsesión. Para ver cumplido su sueño. Como niña caprichosa, no podía quedarse sin el juguete anhelado, y a eso se enfocaría totalmente a partir de entonces…
(Continúa…)
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