En su cama de mullidos colchones y finas sábanas, la Tía Rata se revolcaba en medio de la noche dando gritos de pánico y pavor. “Ya déjenme en paz…”, “no me atosiguen…”, “no quemen mi Palacio…”.
En su pesadilla, tan sentida, tan real, la hija del Sátrapa Negro escuchaba cómo una horda de mujeres, la mayoría con el rostro encapuchado, pero varias dando la cara con valentía, marchaban por las principales calles de la capital del reino de la Culebra y la Garrapata, para ir en busca de la gobernanta, sacarla de sus lujosas oficinas y conducirla a la plaza pública para ser juzgada por el pueblo bueno y sabio.
Un numeroso contingente de soldados vestidos de civil, y otros tantos armados con macanas y granadas con gases lacrimógenos, acompañaba la marcha de las feministas que gritaban a voz en cuello: “fuera Tía Rata, fuera…”; “Fuera la impostora…”, “Fuera la usurpadora…”.
Decenas de nativas con vestimentas moradas y violetas se sumaban en cada esquina a esa singular manifestación. Todas con sus pancartas, lonas y carteles donde expresaban su sentir: “La Tía Rata no me representa”; “La Chuchul de Palacio es una corrupta…”.
Había mujeres de edad madura, jóvenes, incluso personas de la tercera edad, que desde la Isla más bella del Golfo se sumaron a la marcha para reprocharle a su gobernanta que no se haya preocupado por ellas, que llevaban más de un año luchando para que les paguen sus salarios, pero no les había hecho caso.
Algunas tuvieron que mendigar, literalmente, para llevar algo de pan a sus hogares, y con lágrimas en los ojos gritaban su arrepentimiento de haber votado por una persona tan mentirosa, tan traidora y tan defraudadora, como la Tía Rata.
El contingente marchó por las principales calles de la capital del reino y en todos lados cosechó aplausos, porras y más “fuera la Tía Rata”, lo que inequívocamente confirmó el masivo repudio popular a la pésima Administración de la hija del Sátrapa Negro.
Cuando la manifestación llegó al Palacio Real, el número de marchistas se había multiplicado de manera impresionante, y los escasos soldados —algunas mujeres también— que fueron asignados para evitar actos vandálicos, fácilmente se vieron superados.
Las feministas tomaron entonces el Palacio Real. Rompieron puertas, ventanas, vidrios y todo aquello que obstaculizara el paso, incendiaron todo y le gritaron a la gobernanta el fracaso de su Administración plagado de corrupción y nepotismo.
“Fuera Tía Rata, fuera”, gritaban una y otra vez las activistas causando sobresalto en el corazón de la hija del cacique, y pesadillas vivientes en sus noches de insomnio, como la de toda persona con la conciencia cochina y apestosa…
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