Se va López Obrador sin haber revertido la injusticia fiscal de la Federación hacia el Estado que más riqueza ha aportado al país en materia petrolera…
Ayer rindió su último informe de Gobierno el Presidente de la República Andrés Manuel López Obrador, y el balance general lo podemos resumir en una frase: deja un país polarizado. Su alfa y su omega, su principio y su fin, su arranque y su meta se caracterizaron siempre por la polarización y pudiéramos afirmar que es en lo único que tuvo éxito.
Porque a pesar de los mensajes propagandísticos en contrario, el presidente López Obrador se va sin que ninguna de sus ‘grandes megaobras’ esté al 100 por ciento y duplicaron o triplicaron el presupuesto original. Ni la refinería Olmeca, ni el Tren Maya, ni el Tren Transínstmico, ni el Aeropuerto Felipe Ángeles. Todo a medias, donde sólo encabezó cortes de de listón que fueron simbólicos.
En Campeche tampoco concluyó el acueducto de Calakmul, pese a que fue inaugurado en al menos dos ocasiones. De la llegada de Pemex a Ciudad del Carmen ni se diga. Sólo fue palabrería y promesas de campaña. Lo mismo que el taller de reparación de trenes que se instalaría en Escárcega y hasta la planta ensambladora de automóviles que prometió y que no volvió a mencionar a lo largo de estos seis años.
Lo que sí deja es un país confrontado. Una polarización porque él ha querido dividir entre buenos y malos, entre fifís/conservadores y los liberales cuatroteístas, entre quienes lo aman y entre quienes lo repudian, entre corruptos y honestos, etcétera.
A Campeche le deja un mal legado y eso no se lo vamos a perdonar pronto. Nos impuso a Layda Sansores como candidata, la respaldó en campaña y se confabularon para inyectarle votos a fin de anular a sus adversarios. Ya en el desempeño de sus funciones, le ha perdonado y tolerado todos sus excesos, y a eso obedece que la abyecta mandataria sea su más ladina aduladora.
Pero los campechanos no hemos ganado absolutamente nada de esa ‘buena relación’. El Tren Maya aún no nos ha traído ningún beneficio y la idea fantasiosa del Tren Ligero —que ni es tren ni es ligero— es sólo una muestra de la frivolidad de un Gobierno que prefiere “entrar a la modernidad en el transporte”, sin haber resuelto necesidades tan básicas, como un sistema de agua potable medianamente funcional.
Se va López Obrador sin haber revertido la injusticia fiscal de la Federación hacia el Estado que más riqueza ha aportado al país en materia petrolera, y sin haber atendido las verdaderas necesidades en materia de infraestructura de comunicaciones para que ya empecemos a superar nuestros ancestrales rezagos.
En fin. Se va un Presidente que simplemente no nos cumplió. Pero ¡cómo abonó a que se ahondaran entre nosotros las diferencias y las divisiones políticas y sociales!
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