Carlos M. Urzúa
Hay una diferencia entre los mentirosos ocasionales (la mayoría de los seres humanos), los mentirosos enfermizos (los mitómanos), los que tienen que escudarse con mentiras para protegerse de algún daño (los discriminados), y, finalmente, los políticos mentirosos.
No todos los políticos son embusteros, por supuesto que no. Ni siquiera los políticos que logran alcanzar el poder son por necesidad farsantes. Dice el sabio dicho que el poder no cambia a las personas, sino más bien revela lo que siempre fueron.
Aunque también es cierto que, en promedio, los políticos exitosos tienden a ser más farsantes que el resto de la humanidad, pues el poder puede atraer a cierto tipo de personas tanto como la miel a los bichos. Los presidentes mentirosos son una plaga en muchas partes del mundo, incluido Estados Unidos con su Donald Trump.
Ahora bien, la mera verdad es que los mexicanos nos habíamos librado de escuchar muy seguido mentiras presidenciales. Excepto por las que teníamos que soplarnos del presidente en turno durante el aburrido informe presidencial, ahí la llevábamos.
Pero eso ya llegó a su fin. En este sexenio las mentiras presidenciales se volvieron la norma antes que la excepción, y ya nadie sabe a ciencia cierta lo que es verdad o es mentira.
De acuerdo con la empresa Spin-Taller de Comunicación Política, durante los primeros mil días en que los mexicanos tuvieron el privilegio de presenciar ese espectáculo circense llamado “La mañanera”, el presidente López Obrador mintió, en promedio y diariamente, 94 veces. Le ha echado tantas ganas, día tras día, que probablemente ya rebasó en este momento del sexenio las 100 mil mentiras.
Su quinto informe presidencial no constituyó la excepción. Hay aseveraciones tan notoriamente falsas que es inexplicable que estén en un informe presidencial.
La afirmación, por ejemplo, de que en Dos Bocas ya se está produciendo gasolina es primera noticia hasta para los propios trabajadores de la refinería.
Y mejor ni hablar de las imprecisiones presidenciales sobre el lamentable estado en que se encuentran el sector salud y el sector educativo, por no hablar de la seguridad pública.
El tema laboral no podía faltar en el Informe, pues está de moda en Palacio Nacional. Ya se anunció con gran orgullo, por ejemplo, que el número de puestos de trabajo registrados en el IMSS ronda ya los 22 millones, la mayor cifra en la historia. ¿Es eso motivo de orgullo?
En el sexenio pasado, deslucido por cierto, se pasó de tener registrados 16.1 millones trabajadores en diciembre del 2012 a 20.5 millones en noviembre del 2018.
Ese incremento de 4.4 millones es casi tres veces más que el incremento de diciembre del 2018 a agosto del 2023. Vaya logro de este Gobierno.
Pero el entusiasmo del presidente López Obrador no paró allí; no, por supuesto que no, faltaba más. Se atrevió a asegurar que México es actualmente el tercer país del mundo con menor desempleo. Una aseveración sumamente extraña, sin pies ni cabeza.
Al parecer nadie le ha explicado lo que significa el desempleo abierto y que entre los mexicanos empleados que luchan diariamente por llevar el pan a su casa la mayoría, más del 55%, no tiene prestación laboral alguna.
Más de 33 millones de los trabajadores mexicanos sobreviven en el sector informal.
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