Alberto Aziz Nassif (*)
A la memoria de Porfirio Muñoz Ledo.
Cuando dejamos de usar el término populismo como un insulto, o cuando nos alejamos de la versión de que todo es populismo, entonces necesitamos construir explicaciones para entender qué pasa con este tipo de régimen. Vivimos un boom de populismos, sucede en Estados Unidos, en Francia y en la India, así como en Brasil, Hungría o México. Estamos ante un fenómeno global. Quizá sea una de las reacciones a una triunfante globalización y a un sistema neoliberal excluyente y generador de graves desigualdades. Nos interesa conocer diversas claves para entender qué pasa hoy en México con esta avalancha populista.
No hay aquí el suficiente espacio para desarrollar la trayectoria histórica de este tipo de régimen, desde las expresiones rusas del siglo XIX, las visiones clásicas de América Latina entre los años 30 y 50 del siglo XX, hasta lo que observamos hoy. Se ha discutido de qué forma las izquierdas y las derechas han sido atravesadas por este fenómeno. Hay semejanzas, pero también diferencias importantes.
María Esperanza Casullo en su libro ¿Por qué funciona el populismo?, establece que en los dos tipos hay un líder fuerte, un personalismo con centralidad política, un antagonismo discursivo y la construcción de un nosotros vs. un ellos, el pueblo contra las élites. Se le llama polarización o discurso de odio y se justifica como la única forma de hacer cambios sin violencia.
En la izquierda el pleito es contra las élites económicas y políticas; en la derecha es contra los inmigrantes, las minorías, los negros, las mujeres, LGTBI y los derechos y reconocimientos de género, sexo o raza.
Los populismos tienen una definida voluntad de poder y cambian el estatus quo, pero están lejos de ser pura emoción e irracionalidad, porque logran algo muy importante: conectar con situaciones y sentimientos de injusticia. Pensar lo contrario equivale a considerar que las sociedades desiguales, como la nuestra, viven engañadas. Como dicen Mudde y Rovira, hay varios efectos positivos: como dar voz a grupos y sectores que no se sienten representados; movilizar a grupos excluidos y generar respuestas más rápidas en el sistema político; establecen un reconocimiento de que el sistema económico vigente ha causado un “daño” que es necesario reparar.
Por otra parte, también hay efectos negativos: como ignorar derechos de las minorías, dar preferencia a nociones de soberanía popular para erosionar instituciones que tutelan derechos, o propagar un aroma moralizante que no permite la política de acuerdos y negociaciones.
En la literatura sobre este fenómeno se pueden destacar, además de los planteamientos de Ernesto Laclau, la visión de Moisés Naim, que plantea tres temas vinculados, populismo, polarización y posverdad en su libro La revancha de los poderosos, en donde destaca otros rasgos como la criminalización de los adversarios, el desprecio por los “expertos” y la erosión del sistema de pesos y contrapesos.
Pierre Rosanvallon plantea en su libro “El siglo del Populismo”, que hay una democracia populista que es directa y participativa, inmediata y polarizante. Nadia Urbinati, analiza cómo el populismo es impaciente con los procedimientos democráticos y con el pluralismo; trata de constitucionalizar su mayoría y devalúa a los intermediarios; mantiene una dinámica de constante movilización.
Diversas interpretaciones tras la caída del Muro de Berlín en 1989, consideraron que la democracia liberal no tenía rival, como planteó Fukuyama, porque atrás habían quedado el comunismo y el golpismo militarista y, sobre todo, porque en el horizonte se desplegaba una globalización triunfal; sin embargo, hoy el panorama es radicalmente diferente: la democracia está amenazada, no para ser destruida por un golpe militar o una revolución, sino por un enemigo interno que la transforma, debilita sus fortalezas institucionales, destruye los pesos y contrapesos y cambia el pluralismo por una severa polarización. Cualquier parecido con nuestra realidad no es mera coincidencia…
*Investigador del CIESAS.
@AzizNassif
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