Luis Rubio
Una mañana, al despertar Gregorio Samsa de un sueño intranquilo, descubrió que mientras estaba en la cama se había transformado en un insecto monstruoso. Sin duda un hecho trascendental para Samsa, el personaje de La metamorfosis de Kafka, pero quizás demasiado extraño y rebuscado para entender su naturaleza e, incluso, si se trató de un cambio real.
Al igual que Samsa, la ciudadanía mexicana ha despertado ante un intento de hecho consumado: como si ya todo estuviera decidido sin necesidad de explicación alguna de lo ocurrido. Las elecciones presidenciales de 2024 aún están lejos y faltan muchos giros y vueltas para llegar allí.
La candidata del partido Morena avanza como un tren: con claridad de rumbo y sentido de propósito. La candidata de la alianza Frente Amplio intenta construir una plataforma que le confiera presencia y reconocimiento dentro de un electorado que aún no la conoce.
Para completar el panorama, todo el aparato gubernamental, desde el Presidente hasta su último operador, se dedica a fortalecer su candidatura mientras destruye la de la oposición. A nadie debería sorprenderle que las cifras reveladas en encuestas recientes reflejen esos factores.
Las contradicciones en el horizonte son omnipresentes y se encuentran en todos los partidos. Morena es una entidad compleja, disímil y caracterizada por tribus y grupos que habitan distintos búnkeres y que se disputan puestos y potenciales oportunidades para el próximo Gobierno.
La capacidad de Claudia Sheinbaum para manejar esas contradicciones es obvia, pero en un partido en el que el único factor de cohesión es el Presidente, la capacidad para enfrentar las luchas tribales siempre es limitada.
Las contradicciones dentro del Frente Amplio son diferentes, pero no más complejas que las del otro lado. En primer lugar, los partidos que integran esa alianza albergan intereses e incentivos que no necesariamente están alineados con ganar la Presidencia: dada la miopía de las direcciones partidarias, con la obtención de suficientes escaños en el Congreso satisfacen sus objetivos.
Por otro lado, el éxito de la candidatura de Xóchitl Gálvez depende de lograr un equilibrio entre los intereses de los partidos que la apoyan y su carácter de candidata independiente. Ese equilibrio es difícil de lograr, pero una vez que la candidata lo logre, su candidatura inexorablemente comenzará a tomar vuelo.
Mientras Gálvez debe diferenciarse de las partes que la sostienen y simultáneamente mantenerlos bajo su control, Sheinbaum debe cuidar la relación con su jefe, mientras construye una presencia independiente. Con un personaje tan dominante y celoso en cuanto a su (supuesto) legado, el desafío no es menor. La cuestión es que cada uno de los candidatos enfrenta contradicciones y desafíos complejos que no son fáciles de administrar.
En estas circunstancias, es factible levantar escenarios sobre cómo podría evolucionar este certamen de aquí al próximo mes de junio. El punto de partida es que las encuestas son una instantánea del momento, pero el momento que cuenta, el día de la votación, sigue estando lejano y nadie puede anticipar todos los factores, internos y externos, que podrían influir en el resultado.
Lo que sí es posible es especular sobre el ambiente que podría caracterizar a México el próximo mes de junio, una vez finalizadas las elecciones, porque eso permitiría visualizar los elementos que la ciudadanía habría tenido en la mira a la hora de decidir cómo votará.
Mi punto de partida es muy simple: el gran factótum de la política mexicana actual es sin duda el Presidente. Nadie en la arena política posee una presencia como la suya, un control de la narrativa, una historia como la que lo caracteriza y la legitimidad que ha cosechado en el camino.
En una palabra, el personaje es irrepetible. Es decir, por mucho que influya en el proceso, viole las leyes electorales e intente controlar a su candidato, el personaje tiene fecha de caducidad y nadie podrá heredar sus atributos.
Gane quien gane la carrera el próximo junio, la próxima Presidencia mexicana será muy diferente a la actual. Carente del control integral del escenario y de la capacidad de descalificar, descalificar y amenazar de manera sistemática al conjunto de la sociedad, el vencedor enfrentará la implacable necesidad de procurar la reconciliación de la sociedad mexicana.
El contexto, si quiere avanzar, obligará a la ganadora a hacer cosas distintas a las que hoy parecerían obvias, circunstancia mucho más sencilla para Xóchtil, por su frescura y por ser víctima de los desenfrenados ataques presidenciales, que para Claudia, quien inevitablemente debe asumir que la mesa ya está puesta para ella.
La votación de junio determinará no sólo quién gobierna el país, sino también la composición del Congreso, factor que podría constituir el gran cambio en la política mexicana si se logra un equilibrio de poder que le otorgue viabilidad y certidumbre al país después de estos años de abusos y, paradójicamente, de parálisis.
El presidente López Obrador expuso muchos de los males y mitos de la política mexicana, pero ni siquiera intentó resolverlos. Para él, bastaba con ser poderoso. La pregunta es qué conclusión sacará la ciudadanía de su gestión y, por tanto, por quién optará para sucederlo.
Sin duda, vendrán meses de altibajos y altercados interminables, algunos violentos. Pero, hasta la fecha, no hay nada decidido.
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@lrubiof
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