Arlequín (*)
Feliz cumpleaños a ti, feliz cumpleaños, querido Presidente, feliz cumpleaños a ti. Esta vez Andrés Manuel López Obrador se voló la barda, pues en vez de que nosotros los mexicanos le hiciéramos un gran regalo para celebrar sus 70 años, él nos dio el presente y no cualquier chunche.
En sus cinco años de gobierno, no solo nos ha regalado un gran aeropuerto, una impresionante refinería y un veloz tren, sino que ahora sí la sacó del parque: nos acaba de regalar ¡un océano!, ¡un mar para nosotros solitos!
El martes el líder máximo de la transformación nos informó que el Mar de Cortés ya no se llamará más de esa manera.
“Antes se llamaba el Mar de Cortés, pero ya le vamos a cambiar el nombre, el Golfo de California. ¡Qué Mar de Cortés ni que nada!”, dijo el Presidente en Sinaloa, luego de haber realizado una gira por Baja California.
Es conmovedor ver como AMLO no pide nada para él y todo lo que hay es para el pueblo. Recuerde que, incluso, ha dicho que él ya no se pertenece, que le pertenece al pueblo, qué más podría dar un ser humano a los demás que su propia persona, de ese tamaño es la generosidad de nuestro gran líder.
Ya antes, de regresarnos nuestro Golfo de California, que por una imposición colonial fue llamado Mar de Cortés en honor del conquistador español Hernán Cortés, había empezado a obsequiarnos cosas menores, pero significativas. Por ejemplo, en Palacio Nacional cambió el nombre del Jardín de la Emperatriz.
Pocos saben que, dentro de nuestro Palacio Nacional, sí suyo y mío, se encuentra el que se considera el primer jardín botánico de la Nueva España. Y, como en México desde diciembre de 2018 vivimos en una moderna democracia, en la que el pueblo manda y el Presidente obedece, y no en una rancia monarquía, que Jardín de la Emperatriz, ni que nada, ahora se llama Jardín Nezahualcóyotl.
Este gobierno transformador ya nos había hecho otros regalos en la capital del país, como por ejemplo, quitar del Paseo de la Reforma el monumento a Cristóbal Colón, o cambiar el nombre a la céntrica Avenida Puente de Alvarado (nombrada así en honor de Pedro de Alvarado, capitán del ejército de Hernán Cortés), y rebautizarla como Avenida México-Tenochtitlan. Y no dude que ya encarrerado, el Presidente nos regale algunas otras cositas.
Por ejemplo, por el poder que el pueblo le ha concedido, el Parque España, ubicado en la colonia Condesa, sea renombrado como Parque Gran Tenochtitlán. Y de paso, la colonia condesa podría llamarse colonia Pipiltin, -clase cercana a la monarquía Azteca- , y que la colonia Asturias, ahora sea Villas de Macuspana.
De hecho, el Presidente podría emitir un decreto que ordene que ninguna calle, de ninguna colonia, lleve el nombre de algún prócer español o de las comunidades españolas (¿qué será de la colonia Álamos en la muy fifí alcaldía Benito Juárez de la CDMX?), deberán ser héroes o personalidades de origen mexicano, cubano o venezolano, o de cualquier otra nacionalidad siempre y cuando sea una nación amiga.
Y en Jalisco, Estado al que no ha llegado aún la Cuarta Transformación, quizá el Presidente pueda hacer algo por su capital, pues si de Cocula es el mariachi, de Tecalitlán los sones, de San Pedro su cantar y de Tequila su mezcal, Guadalajara, la ciudad más importante del estado, no puede tener el mismo nombre de una localidad de España, que además, le fue impuesto por uno de sus ibéricos fundadores, Nuño Beltrán de Guzmán, quien lo hizo en honor a su natal terruño al otro lado del Atlántico.
Y hay muchos otros casos que el Presidente podría arreglar, que tal cambiar el nombre del Colegio Madrid, por Colegio CDMX; el Colegio Cristóbal Colón, por Colegio Almirante José Rafael Ojeda Durán (ya ve que bueno ha salido como secretario de Marina del gobierno de la Cuarta Transformación).
Y de las escuelas, este rescate podría llevarse a otros terrenos, como los restaurantes. Por ejemplo, el Casino Español debería ser ahora el Casino Azteca. Que paella ni que nada, se acabaron, la fabada, los huevos rotos y los vinos de la Rioja, ahora solo habrá arroz con mole, tamales de chipilín y aguas frescas.
Desde luego, estos cambios deberán ser irreversibles, y aunque algún día se quite la pausa en la que el Presidente puso la relación bilateral con España, y, aunque el rey pida perdón al pueblo mexicano por la conquista y los abusos cometidos hace 500 años, el Golfo de California no será nunca más el Mar de Cortés ni el Parque Gran Tenochtitlán, volverá a ser jamás el Parque España.
Y en un gesto supremo de nacionalismo, el Presidente podría cambiar sus apellidos, dejar el López, de origen gallego, y el Obrador, de origen Catalán, y ser conocido como el Huey Tlatoani Andrés Manuelitzin.
¡Felicidades, don Andres Manuelitzin!
ME CANSO GANSO. -Por el bien de todos, primero los militares. –
El Presidente ha entregado a las Fuerzas Armadas el negocio de la construcción, le dio la obra del AIFA, el Tren Maya, la refinería de Dos Bocas, del Tren del Transístmico. Asimismo, les dio la responsabilidad de crear y operar la nueva aerolínea estatal Mexicana. Ahora, dice que, si los particulares no invierten en la operación de rutas de trenes de pasajeros, les dará esas concesiones a los militares. ¿Con tanta obra y tanto negocio que atender, les quedará algún rato libre para atender la seguridad nacional?
(*) Analista serio de la política cómica.
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