Tribuna Campeche

Diario Independiente

Siempre hay otros | Elecciones 2024, la otra encrucijada

Mariano Espinosa Rafful

El destino electoral del país estará marcado por la prudencia o el descaro, de un nuevo cambio o más de lo mismo, lo cual se podrá percibir en lo sustantivo y el discurso a modo, que será como música para los oídos, entre el odio, la polarización y la violencia que permea cada día más.
Vamos camino a un sinuoso paisaje, manipulado por el abordaje forzoso entre dos fuerzas discordantes, extremas y con una enorme carga de negativos. Sin temor a equivocarme, hemos vivido y más sobrevivido los últimos años entre la zozobra y el desencanto.
Las elecciones siguen siendo recurrentes en México, aunque debieran ser concurrentes todas para reducir su creciente costo, pero pareciera que así conviene mantenerlas para tener entretenida a esa clase media que hoy prácticamente ha quedado pulverizada por la sinrazón y reducida a deambular entre la dádiva y la pobreza extrema.
No hubo cambio, se perdió la esperanza. Entramos de nuevo a la difícil etapa de tomar decisiones que conllevan confrontaciones, mientras sopesamos hacer cambios de partidos políticos sin caer en cuenta que éstos se mueven de acuerdo a sus intereses muy particulares. Debemos ocuparnos en una reflexión plural.
Por citar un ejemplo, los fideicomisos que han desaparecido, y otros más que tienden a correr la misma suerte ahora en el Poder Judicial, con un paro histórico de cinco días nunca antes visto en la historia moderna del país, son parte de los “equilibrios” de esta autodenominada transformación política. ¿Así se construye una democracia participativa y libre de candados? Vaya que tenemos una gran encrucijada.
Pareciera que no son los nombres sino el sistema de medición de cuentas entre quienes mandan y los que ejecutan, quienes detentan el poder y los que aspiran, quienes pagamos impuestos y los que no, incluida esa gran marabunta de grandes consorcios que discrecionalmente son perdonados en la clandestinidad. Prevalece el autoritarismo.
Por lo pronto, dos mujeres recorren el país y marcan su línea a seguir al llegar al poder. Claudia Sheinbaum anuncia la continuidad del proyecto de López Obrador —su principal impulsor desde la 4T— y su partido Morena, apoyada por las pequeñas rémoras del PT y el desmejorado PVEM casi inexistente.
Por su parte, Xóchitl Gálvez tiene la tarea de ser parteaguas tajante, ruda y audaz, que sacuda a su Frente Amplio y motive la participación de miles y miles de conformistas. Sólo así encabezará una plataforma política que puede cambiar el rumbo oficialista trazado para este 2023, en el que se observa a la marea guinda con beneficiarios de programas sociales y clientela que se alquila para cobrar buenas y robustas dietas en los congresos locales y federal.
Falta menos de un año para que termine el actual sexenio, que se ha gastado haciendo acusaciones a sus antecesores y abriendo carpetas de investigación, de las cuales no salieron culpables.
Se han consumido kilómetros de tinta negra para narrar lo más detestable de todo: continúa una corrupción que ya es insostenible y repugnante, que lo mismo roba en las calles en pleno luz del día, que asalta nuestras paupérrimas cuentas bancarias vía clonación.
México está cada vez más dolido y teñido de un rojo extendido en Guanajuato, Veracruz, Chiapas, Oaxaca, Guerrero, Tamaulipas y Michoacán, éste imparable en las cifras que han dejado de fluir en los noticiarios nocturnos. No es raro, son tiempos pre-electorales y los Gobiernos invierten hasta el último centavo para ocultar la realidad que los sepultaría en las urnas.
Finaliza el mes de octubre sin que se vea avance de las dos partes contendientes. Una confiada en el manto protector del que se va, y la otra confiada en que el creciente hartazgo ciudadano se traducirá en votos.
Habrá que esperar hasta después del 20 de noviembre para el arranque formal de un polarizado proceso electoral. Los desmarques que se avizoran enviarán un mensaje diferente al elector que ya no comulga ni en domingo por esta actualidad dantesca. Veremos qué viene.

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