Tribuna Campeche

Diario Independiente

De política… y cosas peores | ¿Quién paga difusión de Sheinbaum?

Catón

“Anoche engañé a mi esposa, señor cura. Le hice el amor a otra mujer tres veces seguidas”. Eso dijo don Gerontino, sexagenario caballero, al confesarse con don Arsilio. “Pecado grave es ése —lo amonestó el sacerdote—, y además triple. De penitencia deberás rezar un rosario de 20 misterios”. Don Gerontino se puso feliz: “¿Entonces usted sí me cree, padre?”… Avidia, joven mujer en trance de buscar pareja, conoció a un guapo chico en una fiesta. Le pidió: “Háblame de tus sueños, de tus ideales, de tus anhelos, de tus esperanzas, de tu sueldo”… El agente se esforzaba por venderle un seguro de vida a don Chinguetas, que se mostraba reticente. Le preguntó con dramático acento: “¿Qué hará su señora esposa cuando usted emprenda el viaje que no tiene retorno?”. Contestó don Chinguetas, cachazudo: “Ya no se esconderá para hacer lo que hace ahora cuando emprendo viajes que sí tienen retorno”… “¿Y yo qué? ¿Estoy pintada en la pared?”. Así decía doña Tarsila, la mamá de mis pequeños amigos Viyo y Bayo —Viyo de Virgilio; Bayo de Bernardo— cuando sus hijos desobedecían sus órdenes. Igual exclamación debería proferir el INE (INE de Instituto Nacional Electoral), pues nadie atiende sus dictámenes, empezando por el Presidente López, primero en hacer caso omiso de sus prescripciones. Fuera de tiempo, y al margen de la legalidad, los precandidatos y precandidatas, que en verdad son candidatos y candidatas, hacen y deshacen en campañas electorales simuladas, encubiertas con disfraces que a nadie engañan ya. Claudia Sheinbaum va y viene por doquier, y también por todas partes, y despliega una costosísima propaganda cuyo financiamiento se mira más sospechoso que los manejos de Dante Delgado y más oscuro que el porvenir de Ebrard. Debería el INE, si en verdad conserva todavía su carácter ciudadano, preguntar como doña Tarsila: “¿Y yo qué? ¿Estoy pintado en la pared?”… Contrita, conturbada, compungida, Dulciflor, hija de familia, les dio a sus padres la noticia: estaba enferma de gustos pasados, o sea embarazada. Su mamá, consternada, profirió una jaculatoria antigua: “¡Mano Poderosa!”. Entre sus lágrimas aclaró Dulciflor: “No fue con la mano”… Don Languidio regresó de la consulta con el médico. Apesadumbrado le contó a su esposa: “Dice el doctor que no puedo jugar golf, que no puedo correr, que no puedo cargar cosas pesadas, que no puedo hacer el amor”. La señora lo interrumpió: “¿Cómo supo esto último?”… Conocemos a Capronio. Es un sujeto ruin y desconsiderado. Él y su esposa iban a cumplir sus bodas de plata: 25 años de casados. La señora le preguntó, ilusionada: “Mi vida: ¿te gustaría una segunda luna de miel?”. “¡Claro que sí! —se entusiasmó Capronio—. ¿Con quién?”… La mujer de don Hamponio le pidió un reloj. El maleante rompió con un ladrillo la vidriera de una joyería y robó para ella un reloj caro. Días después la señora le pidió un collar de perlas. Don Hamponio quebró con un ladrillo el escaparate de una joyería y extrajo de él un valioso collar de perlas cultivadas. (La educación cuesta). Pasó una semana, y ahora la esposa del delincuente le pidió un abrigo de pieles: “¡Bueno! —protestó don Hamponio—. ¿Tú crees que los ladrillos se dan en árboles?”… El encargado de seguridad del hotel se preocupó al oír que la pareja de recién casados que minutos antes habían ocupado la suite nupcial discutían acaloradamente. Decía él: “¡PC!”. Respondía ella: “¡PD!”. El guardia llamó a la puerta y les preguntó. “¿Qué pasa aquí?”. Explicó el novio, molesto: “Ella quiere que primero desempaquemos”. (No le entendí)… FIN.

Manganitas

AFA

“… Muy costosa la campaña de Claudia Sheinbaum…”.
Cierto crítico severo
está preguntando ya
si alguna vez se sabrá
de dónde sale el dinero.

Mirador

Armando Fuentes Aguirre

Llegó sin avisar y se presentó a sí mismo:
—Soy el número uno.
Desconfío de quienes dicen ser el número uno. En esa desconfianza soy el número uno. Aun así lo saludé, cortés. Sin embargo le informé que ayer había llegado otro que también decía ser el número uno.
—Es un farsante —dijo—. No hay otro número uno más que yo.
Alegué:
—Pero para hacer el número 11 se necesitan dos números uno; tres para hacer el 111, y así sucesivamente.
Se quedó pensando. Quizá calculaba cuántos números uno serían necesarios para hacer el número 1111111111111111111111111111111111111111111111111111.
Le propuse:
—Lo mejor será que nadie se crea el único número uno.
Respondió:
—Ojalá su idea prospere. Así yo seré el único número uno.
Me alejé, desolado. En el camino iba pensando que es muy difícil tratar con los que se creen el número uno.
¡Hasta mañana!…

¡Comparte esta nota!