Luis Rubio
Entre los años 70 y 90, México atravesó una era de crisis financieras, producto en buena medida de la laxitud con la que se manejaron las finanzas públicas: enormes déficits, enormes niveles de deuda (principalmente en moneda extranjera) y poca atención a la rentabilidad de la inversión pública.
Entre 1976 y 1995, los mexicanos se acostumbraron a las crisis al final de cada sexenio presidencial que, abruptamente, empobrecieron a la población y erosionaron la cohesión social.
La lección que el hoy Presidente extrajo de aquella experiencia fue clara: hay que cuidar las finanzas públicas para no caer en ese patrón. La pregunta es si no perdió de vista que el mundo, y con él México, había cambiado.
Casi tres décadas después de la última crisis cambiaria, el mensaje que emerge del discurso diario desde el púlpito, la mañanera, generalmente de tono irónico y acompañado de abundantes descalificaciones, es que gobernar en México es muy fácil.
Quizás no estaría de más que el Presidente recuerde a uno de sus antecesores —Porfirio Díaz— quien, en tiempos infinitamente menos complejos, afirmó que “gobernar a los mexicanos es más difícil que arrear pavos a caballo”. La paradoja mexicana de hoy es que los principales desafíos los presenta el flanco político, no el económico.
A pesar de los prodigiosos obstáculos que persisten para que la economía sobresalga verdaderamente, límites autoimpuestos que surgen de intereses bien arraigados que prefieren la pobreza bajo su control al desarrollo acelerado, la evidencia fáctica es muy clara: la economía del país está funcionando.
No existe la menor duda de que hay vastas regiones del país que siguen quedando atrás o donde el potencial de crecimiento es infinitamente mayor, pero, dadas las circunstancias, la economía del país está creciendo y, a pesar de la fragilidad fiscal existente, nadie sugiere que la situación podría complicarse en el futuro a medio plazo. Esto último, por supuesto, no implica que todo sea un lecho de rosas, sino sólo que la economía parece haberse divorciado del ciclo político.
Por otro lado, la complejidad política crece día a día y los guardias ferroviarios que le dieron forma y expresión —además de límites— han sido desalojados casi por completo, en parte por su natural erosión en el tiempo, pero en gran medida por la destrucción intencional de las instituciones que implementaron la actual administración.
El país evolucionó desde un sistema político muy estructurado y con poder concentrado basado en reglas “metaconstitucionales” (es decir, lo que deseaba el señor de turno) hacia un proceso de transición que terminó en democracia, pero sin amarres, mapa ni brújula más allá de lo electoral.
Hoy el país está asediado por desafíos extraordinarios en su estructura federal, en las relaciones entre los poderes del Gobierno y en la capacidad del Gobierno para dirigir el país. Las crisis de la justicia.
Es en este contexto que es necesario reflexionar sobre las prioridades que caracterizan al Gobierno y los peligros que éstas implican respecto del proceso sucesorio que se avecina, donde los riesgos se exacerban inexorablemente.
A diferencia de otras sucesiones que comenzaron con las de los años 70, lo que parece estar en orden es la economía, mientras que la viabilidad política es sumamente incierta.
El asunto es crucial. La gran constante que distinguió a México a lo largo del Siglo XX fue su estructura política. Cuando surgía inesperadamente una crisis económica, el país siempre tenía la capacidad de restablecer el orden y estabilizar la economía.
No propongo un retorno a ese esquema porque, además de su imposibilidad histórica, el país en la actualidad no guarda ningún parecido con esa circunstancia. Pero eso no resuelve el hecho de que México está inmerso en un proceso que presionará y tensará las estructuras políticas, abriendo la puerta a potenciales situaciones que no se han visto desde los tiempos de la Revolución, hace más de un siglo.
La economía avanza y muestra solidez y resiliencia, no gracias al Gobierno actual, sino a las reformas de las casi cuatro últimas décadas, cuyo fundamento fue precisamente aislar el componente moderno de la economía de los vaivenes políticos.
De manera absolutamente irresponsable, el actual Gobierno ha intentado socavar estas fuentes de estabilidad, pero no ha podido lograrlo, a pesar de todos sus intentos.
Por otro lado, los déficits son evidentes: sólo una parte de la economía y del país disfruta del privilegio de funcionar: el resto persevera bajo el yugo de la extorsión y la peor gobernanza.
México está lejos de haber erigido una plataforma sólida y sustentable para la creación de riqueza hacia el desarrollo integral pero, en comparación con sucesiones pasadas, el país es hoy gobernado como si fuera un señorío feudal y no como la duodécima economía mundial con una población de casi 130 millones que exige no sólo soluciones, sino también claridad de rumbo y límites a los posibles excesos de sus gobernantes.
Los próximos meses demostrarán si ese tipo de Gobierno es adecuado y, sobre todo, viable, para la compleja realidad que caracteriza a México. Ningún país serio debería ser sometido a ese tipo de prueba, con todos los riesgos que entraña.
www.mexicoevalua.org
@lrubiof
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