Pese a las inclemencias del tiempo y la situación económica, cientos de familias campechanas mantuvieron la tradición del Hanal Pixán, con la elaboración de pibipollos horneados o enterrados, que colocaron en el altar para la visita de sus fieles difuntos.
Desde la madrugada comenzó el ritual de la preparación de la masa con manteca y sal, revolviendo con las manos para que los ingredientes junto a la col que simboliza la sangre y el xpelón, la descomposición del cuerpo humano, junto con la carne de pollo, puerco, condimentos, epazote, cebolla y tomate, que en conjunto con la hoja y majagua forman el manjar sagrado.
Aunque este año un pibipollo costó entre 700 a mil pesos, las familias decidieron cooperar entre ellas para poder continuar con esta milenaria tradición, al igual que con los altares, pues la compra de dulces típicos, flores, veladoras, manteles, papel picado, frutas y comida que le gustaba al ser querido elevó el costo de entre 700 a mil 600 pesos.
En punto de las siete de la mañana la familia López se levantó para iniciar con la preparación. Ellos son de los pocos en el barrio de San Francisco que aún conservan la tradición de abrir el hueco para cocinar como símbolo de muerte y resurrección, de acuerdo a la tradición maya.
Eduardo Ramón López Ayora, el patriarca de la familia, lleva 70 años realizando el ritual para la apertura del hueco donde serán cocinados los pibes. Dice que aunque aparentemente el hueco no es de alta dimensión, extrañamente cuando comienzan a colocar los pibipollos pueden caber entre 10 y hasta 18 de tamaño regular.
Esta tradición no se ha perdido, sus abuelos le enseñaron cómo colocar las piedras y la leña de manera perfecta, para que agarre la temperatura deseada con el cual se pueda cocer bien el alimento. Junto a su nieto comenzó lentamente a colocar los materiales.
A la vez que echa tierra para que el vapor perdure y se cocinen por arriba, coloca hojas de pixoy que, con el calor de las brasas, despide un olor aromático que de acuerdo a su tradición, le brinda no sólo mejor sabor sino también conserva el calor. Al ser una de las pocas familias que realizan esta forma de preparación, los vecinos acuden a ellos para también cocinar sus pibipollos.
Todos los miembros de su familia tienen una función. Desde revolver la masa, picar el chicharrón para la merienda, deshebrar el pollo, limpiar la hoja o la elaboración de la col. Incluso los niños aportan para ir por refrescos y pasar la majagua para amarrarlos.
Don Ramón reconoció que en estos tiempos no es fácil para las familias comer este platillo, ya que al menos en su hogar gastan hasta mil pesos por un solo pibipollo, por lo cual todos tienen que cooperar para que puedan disfrutar del alimento.
Con más de 80 años, pero con mucha fuerza y energía, tiene la esperanza de que, cuando le toque partir de este mundo, sus nietos y biznietos puedan continuar con la tradición. De ahí la razón por la cual les ha enseñado todo el ritual, para mantener viva por siempre esta tradición prehispánica.
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